sábado, 8 de diciembre de 2012

CONTIGO

Huérfano de tus manos, desterrado de tu regazo. Ovillado en tu luz.

Habito tu ausencia con infatigable convicción de júbilo aplazado.
Devoro las hogazas de tus besos que aún me burbujean en la saliva.
Preño cada filamento de tu nombre con la sangre que me palpita en el pecho.
Me extravío en las coordenadas de tu silueta que mis dedos no dejan de recorrer.

Aún siento el bamboleo de tu mirada, la polifonía de tus deseos, el trisar de tus piernas.
Los violines de tu éxtasis.

Esperarte es arar en las sombras. Es liar constelaciones con migajas. Es cobijar mi pleamar con tu aguamiel.
Esperarte es renombrar a la esperanza.

Me sacudes.
Te embisto.
Me infestas.
Te engullo.
Me anegas.
Te unjo.

El viento es el suspiro más tenaz de la historia.
El invierno es la luz más contradictoria de la vida
El silencio es la posesión más íntima de los amantes.

Amor, mi ventana está cubierta de nieve.
Y yo quiero hacer el sol contigo.

jueves, 22 de noviembre de 2012

CONMIGO

Será hoy o será mañana. Pero será.

Súbitamente te sentirás abatida.
La mirada se te infestará de sombras.
Creerás que cargas desiertos en las manos.
Percibirás el canto agonizante de un cisne en la garganta.

Respirarás precipitadamente. Olvidando cómo se hace. Intentando hacerlo diferente.
Supondrás que te ahogas. Notarás que hace tiempo ya estabas asfixiada.

Será inevitable.
El anaquel de los aplazamientos se te vendrá encima despiadadamente.
Te sangrará la sonrisa de los protocolos.
Te desteñirá las huellas de los calendarios.
Te pondrá frente al espejo del horizonte.

Sabrás, por fin, que el futuro se diluye al evitar los presentes osados.
Que nunca se florece en la premura.
Que la celeridad ensordece los murmullos del alma.
Que tocar por inercia endurece por omisión.
Que lo que muere a cada instante no es el ahora titubeante sino un quizás resplandeciente.
Que muy pronto se hace demasiado tarde.

Recordarás lo qué eres pero te dolerá lo que no fuiste. Sobre todo, a mi lado.
Y llorarás de la forma más desgarradora: en silencio.

Somos las vigilias que postergamos. Seremos las vísperas que anidaremos.
Vivir es saber habitarse.
El día más hermoso es el que aún no llega.

No te derrumbes. Aún hay tiempo.

Sólo despójate de compromisos y abrígate de franquezas.
Siembra acasos en los pliegues de cada sombra marchitada.
Edifica una alcoba afuera de tu castillo bombardeado.
Encuentra en la fosa de la distancia el túnel que te lleva a mí.

Mira transpirando.
Acaricia resguardando.
Abraza impregnando.
Besa rescatando.
Di tu nombre esperando que florezca en mis labios.

Entona la melodía de nuestras palpitaciones sincronizadas. Cántanos con ojos entusiasmados, con frutos maduros, con amaneceres preñados. Recupéranos con una sonrisa. Ni los pasados enlutados ni los futuros zozobrados pueden hacer nada frente a un presente radiante.

Será hoy o será mañana. Pero será.
No permitas que se convierta en un “ya fue”.
Pasa esta noche conmigo.


martes, 30 de octubre de 2012

CV (ESPERANZA)

Insaciable y solo.
Tembloroso y silbando una canción no aprendida.
Con los bolsillos repletos de luciérnagas y espejos.

Él saltó al vacío. Y el vacío lo sostuvo.

Enamorarse es practicar una religión donde la esperanza sustituye a la fe.

Ella le sonrió.


viernes, 26 de octubre de 2012

CIV

El “no tengo tiempo” de Ella le desmoronó a Él su “todavía” y le obligó a erigir su “nunca más”.

miércoles, 10 de octubre de 2012

MENTIRAS Y ESPERANZAS

¿La máxima solución de la existencia?
¿Jardín primaveral?
¿Miel y brisa?
¿Instante arrobado?
¿Omnipresencia?
¿Atardeceres perfumados?
¿Estrellas resplandecientes?
¿Rosas abriéndose en el mar?

¡Mentira!

Es un íntimo desenlace de lo irreparable.
Es hojarasca otoñal.
Es sangre y fuego.
Es tiempo sin tiempo.
Es un no ha llegado todavía.
Son noches apesadumbradas
Son destellos en ciénagas
Son pétalos ahogándose en un océano.

Llevar su ausencia en la mirada.
Atravesado su nombre en la garganta.
El júbilo sangrando por su llegada.

Y, a pesar de todo eso, levantarse cada mañana con la esperanza de hallarla.

Eso es estar enamorado en silencio.

lunes, 24 de septiembre de 2012

PÉTALOS EN LA VENTANA

Sobrevuelan parvadas de acasos dolientes,
de melodías enlutadas,
de jazmines abatidos.

PRÓXIMAMENTE

miércoles, 29 de agosto de 2012

CIII (MALDICIÓN)


Él yace en una alcoba sin tiempo ni verdor pero sembrada de minas antirutinas.
Ahí está, intacta, su piel tibiamente acanelada, su fragancia de alelí ajazminado, su sabor a almíbar apulpado. Ahí está Ella, intacta, íntima, invencible.

Ella llora como se llora entre la gente: con lágrimas secas.
Noches perfumadas, jugosas y trastabillantes. De sombras otoñales. Pero Ella resguarda en sus muslos, aún húmedos y palpitantes, tersos pétalos con los que rememora los labios de Él. Y suspira con desvelo.

¿Qué maldición recae despiadadamente sobre los amantes que se han separado?
La larga esperanza del reencuentro.

martes, 21 de agosto de 2012

lunes, 13 de agosto de 2012

CIII

“Hazme el amor”, le susurró Él al oído.
“Hazme el sol, hazme la lluvia, hazme las flores; rehazme entre tus muslos”, le vociferó con sus palpitaciones.
“Te voy a hacer mío”, le respondió Ella con el vientre.

miércoles, 1 de agosto de 2012

CII

Aborrecía los “buenos días” rutinarios, los “¿cómo estás?” insípidos, los “holas” insulsos. Hubiera preferido besarla desmesuradamente. Estaba convencido de que sus labios eran las genuinas cortesías.

miércoles, 11 de julio de 2012

CI

La cajera le sonrió con ese brillo exuberante que desnuda toda simulación. Sobre todo, porque no era necesario: Él ya había pagado.

La cajera acentuó su desnudez: “Esa camisa que se lleva realza el lindo color de sus ojos. Será imposible no rendirse a su mirada”.

A Él se le iluminó el rostro y una fuerza interna le hizo exclamar un: “Ella me colorea el alma”.

La cajera supo que Él estaba enamorado.
Él salió a toda prisa para no llegar tarde a su cita.

martes, 26 de junio de 2012

EXTRACTOS DE CARTAS GUARDADAS EN EL BURÓ II

Sí, ya lo sé. La razón no me asiste contigo, la lógica me abandona cuando me deshago en tu nombre, la sensatez huye con los presagios de tu ausencia. Soy, simplemente, las paradojas coherentes de mis latidos.

Porque debería sufrir por lo poco que te tengo pero sólo gozo de lo mucho que te pienso.
Porque estoy enfermo de una saludable manía de evocarte.
Porque me ofrendas silencios que yo corono con verbos.
Porque las preguntas de tu ausencia son las respuestas de mis sueños.
Porque la pequeñez de tus mensajes es la mayor grandeza de mis noches.
Porque tu prisa sosiega mis ojos.
Porque mis dedos te desnudan sin acariciarte.
Porque no te penetro pero siempre te poseo.
Porque cuando menos te tengo es cuando más estoy contigo.

Y, sobre todo,
Porque tal vez nunca vendrás
pero yo te sigo esperando.

E.

domingo, 17 de junio de 2012

DECIMOSÉPTIMA LEY DE SUSPIROS DEL ESPANTAPÁJAROS:

Podrá decir “ya no más”, “hasta siempre” o inclusive “adiós”.
Pero una Ella nunca se irá.

martes, 12 de junio de 2012

C

Su “gracias por todo” le maquilló su “aún te amo” tan sólo para sepultar definitivamente su “no me sueltes”.

viernes, 8 de junio de 2012

DECIMOSEXTA LEY DE SUSPIROS DEL ESPANTAPÁJAROS

Hacer el amor es hacer un estruendoso y exultante nosotros.

martes, 5 de junio de 2012

XCIX

Ella le faltaba en el día.
Él se sobraba en la noche.
Era un iluso de vocación.

martes, 29 de mayo de 2012

XCVIII

Él sabía que así como hay alegrías que se entristecen de no usarse, hay recuerdos que destellan en las penumbras.
Por eso, cada noche, se decía el nombre Ella a solas.

viernes, 25 de mayo de 2012

XCVII


Esa noche lluviosa descubrió la verdad.
El placer no se hallaba en un roce, en un beso, en una caricia; ni siquiera en un intercambio de jadeos.
El placer se hallaba en imaginarla.
Y seguirla esperando.

jueves, 17 de mayo de 2012

EXTRACTOS DE CARTAS GUARDADAS EN EL BURÓ I

... “No he podido entenderlo. Las lunas arrogantes de estos tres meses me han visto rumiar justificaciones y liar pretextos pero simplemente lo he intentado sin haberlo logrado.
No, anhelada mía, no he podido comprender tu lejanía, tu distanciamiento, tu ausencia. Ese silencio desgarrador con el que culpabilizas a mis sentimientos.

Emperatriz de beatitud.
El resplandor de tu nombre ha alfombrado de arcoíris mis días y de luciérnagas mis noches.
Sin identificar el timbre de tu voz, saborear la curvatura de tus labios o perderme en el destello filantrópico de tus ojos, he reconocido tu esencia. Y de ella he quedado prendado.

He sido leña seca en tu fuego primaveral.
He sido el deseo por tu silueta, la avidez por tu boca, el apetito por tu feminidad. El hambre voraz de ti.
He sido lo que mis letras titubeantes han tratado de colmarte.

Cada palabra ha sido procreación en tu piel de lo que mi cuerpo ha llorado por no obrarte.
Has sabido, por fin, que no se acaricia con las manos
sino con suspiros.
Y los míos, bienanhelada, se han esparcido por tus pestañas
por tus bordes
por tu sombra.

Has sido guirnalda deshecha con mi saliva.

Te he desvestido con mi resplandor.
Te he tocado con mis guiños.
Te he excitado con mis sigilos.

Has sido agua entre mis dedos.

Me he colado en tu intimidad
adentrado en tu ambrosía
invadido.
Te he atestado de conmociones,
rebosado de sacudidas
desbordado de convulsiones.
He temblado dentro de ti
asediado con mi simiente
mezclado con tu néctar.
Nuestros sabores se han fundido en un abrazo victorioso.

Y mientras tú sabías que el placer inefable era una ruta que se corona con mi nombre, yo simplemente volvía a esperar por saber de ti.

Transgresores de rutinas.
Seductores de fragores.
Amantes insaciables.

Has comandado la tempestuosa revuelta de mis sentidos.

Sólo que esa noche, más que tus muslos, yo necesitaba urgentemente tus brazos.
Pero me he quedado sin nada.

E.


martes, 15 de mayo de 2012

DECIMOQUINTA LEY DE SUSPIROS DEL ESPANTAPÁJAROS


El órgano sexual más importante de todos es el cerebro.
Y se excita con caricias enletradas.

jueves, 10 de mayo de 2012

XCVI


Cuando Él se sentía desfallecer, tomaba a Ella de la cintura y cerraba los ojos.
Ahí estaba su punto de apoyo en el mundo.

lunes, 7 de mayo de 2012

XCV

Él besaba con los ojos, acariciaba con el pensamiento e intimaba con letras.
Y nunca suspiraba igual.

martes, 1 de mayo de 2012

BENDICIÓN

Me imantó a su rostro. Su mirada de fragor y augurio, demandante de vasallaje, me enmadejó los sentidos, me dinamitó la sangre, me azuzó las entrañas. Me encontré con su foto y no cesé hasta que me respondiese.

Vino cuando menos la esperaba pero cuando más la necesitaba. Me rescató de una entelequia mediocre que pretendía vulgarmente ser mi Ella. Me saneó de lo pedestre y de la náusea con orquídeas y ruiseñores. Y me refugió en una alcoba labrada en suspiros.

Tal vez nunca seremos. Tal vez me quede con letras ahumadas, con caricias pálidas, con besos ensangrentados. Tal vez no haya reencuentros, novelas concluidas, ni finales felices. Lo único cierto es que nunca dejaré de pensarla.

Pero a pesar de todo,
fue sólo hasta que la engullí directamente con los ojos
mientras las venas se me combustionaban
y en el pecho me resonaba un violín excitado
hasta que escuché el trisar de su voz
exhalé el festín de su aroma
mientras mi mano se enredaba en la suya
hasta que libé el almíbar de estar a solas con Ella
me acerqué con alborozo palpitante
hospedé mis dedos en su cintura
sentí el terciopelo de su piel acrisantemada
la acaricié con apetito
con exaltación
con júbilo
la desnudé regodeándome en su palpitación
adulando su aquiescencia
arrullando su hervor
exploré atribulado cada murmullo de su silueta
cada sobresalto de sus poros
cada racimo de su piel
degusté el sabor acerezado de sus labios
paladeé la pulpa de sus pechos
gocé la tibieza de sus muslos
saboreé el géiser de su feminidad
y la colmé de mi pleamar
en la mañana
en la tarde
en la madrugada.

Hasta que cada noche constelada que la recuerdo, me erecciono y la vuelvo a colmar en mis sueños.

Fue sólo hasta entonces
cuando supe que Lupita era una bendición en mi vida.



Para Ella, a un año de haber dejado que el amor nos hiciese.

lunes, 23 de abril de 2012

FRAGMENTOS DE UNA NOVELA INCONCLUSA V

Me hubiese gustado que fuese diferente.

Que solamente usasen sus verbos para hacerse el amor a la distancia.
Que la única confusión floreciese en el perfume de su cercanía.
Que no transpirasen hostilidades sino alborozos.
Que en lugar de dagas se canjeasen orquídeas.
Que al final, a pesar de todos, inclusive de ellos mismos,
se derrotasen con una sola miel.

Pero no soy director, ni titiritero.
Ni siquiera escritor.
Sólo soy un narrador.

Y Ella prefirió asumir quimeras antes de guarecer esperanzas.
Él, ofenderse con la misma facilidad que la de desertar.
Así que,
más que una vida en común,
lo que se tejieron fue una historia de reencuentros.



Nunca dejaron de buscarse.


miércoles, 18 de abril de 2012

DECIMOCUARTA LEY DE SUSPIROS DEL ESPANTAPÁJAROS

No vale la pena angustiarse por el final pues nunca se es consciente del inicio.
Es mejor entregarse al ahora.

domingo, 15 de abril de 2012

35 AÑOS

No sé si han sido profusos o escasos pero definitivamente han sido intensos.

Aunque no lo parezca, el camino ha sido prolijo.
He hallado rutas sinuosas, tramos empedrados, cruces inhóspitos. Y casi siempre, senderos.
He zurcido raíces a mis pies y alas a mis dedos. Para nunca dejar de soñar.
He observado el origen de la vida en lloviznas inesperadas, he percibido el reposo del tiempo en un bosque nevado, he comprendido el lugar de cada creación al mirar hacia el cielo. He escuchado a Dios en las risas de mi hijita.
He trabajado por un mundo más justo e igualitario, empezando desde mi propia cotidianidad. Pero también he aprendido a resarcir sinrazones en pequeños rincones de los días. He hallado júbilos inefables en un balón anidándose en redes, en el punto final de un relato escrito a deshoras, o en los muslos húmedos de una mujer deseada.
Me he ilusionado hasta colmarme el pecho, hasta perder el equilibrio, hasta inundarme de alucinaciones; así como un niño. Porque aún lo sigo siendo.
He mirado con hambre.
He besado con sed.
He acariciado con necesidad.
He amado hasta el desfallecimiento. Porque no sé estar de otra manera con una Ella.

He sido los paisajes que me han adoptado,
las novelas que he guardado en el tintero,
las lágrimas en las que me he rehecho,
las sonrisas rotas que he remendado,
los desvelos que he provocado,
los suspiros que he preñado,
los relatos que vendrán.

Mis certezas cultivadas me son insuficientes para reclamar altares, esperar caravanas o merecer biógrafos pero soy perfectamente capaz de sonreírle al espejo, dedicarle un giño y lanzarle un beso.

Sé que ahora soy las veredas que convergen en caminos ya andados.
El afluente que adoptan las brisas.
Las huellas con las que hago brújulas.

Escribano con sueldo de hedonismo.
Arquitecto de alcobas a distancia.
Alumno de la erótica verbal.

35 años.
Y sonrío. 

sábado, 7 de abril de 2012

LA BÚSQUEDA

A día de hoy han pasado ya 15 años desde que fui por primera vez a sus tierras.
Originalmente, traía conmigo la plena convicción de apoyar, socorrer y proteger. Estaba seguro de que mi voluntad les sería de indispensable utilidad. Pero ya desde el primer día mis certezas se desmoronaron. Me bastó tan sólo con una mirada para entender que serían ellos los que me ampararían a mí. Y así ha sido desde entonces.
Ellos me enseñaron el significado de la dignidad, me aleccionaron sobre el valor de los silencios y me ilustraron que la humanidad sólo tendrá esperanzas si no olvida para qué fueron creados los seres humanos.
En verdad, cada uno de los días que he pasado en tierras tzotziles, tzeltales, tojolabales, quichés y q’eqchi’es me he sentido enaltecido al estar entre ellos. Como aquella vez, cuando por fin me decidí a emprender mi sendero.

Era la primera semana de abril del 2002. Estaba en una comunidad de la selva Lacandona. Así como en visitas anteriores, había llegado ahí como parte de un campamento de paz. Sólo que esa vez era diferente a las anteriores estancias. A la sensación cada vez más inaguantable de sopor que me provocaba mi trabajo en la ciudad de México le sumaba el dolor de haber perdido recientemente a Verónica. Mis sueños de seguir estudiando estaban oxidados y mi concepción sobre el amor sangraba. Es cierto, el compromiso social seguía inalterable pero sentía el pecho devastado.
Era la última noche de esa estancia. No sé la hora pero la luna lucía radiante y ya todos dormían. Yo no, y estaba seguro de que la vigilia duraría hasta la alborada siguiente. Decidí entonces salir del campamento y caminar hasta el arroyo cerca de la cañada, “si no puedo dormir al menos arrullaré mi soledad”, me dije para persuadirme aún más de mi decisión.
La profunda oscuridad no alteraba mis pasos pues yo me guiaba por el canto del agua. Al estar a escasos metros del arroyo me asusté al observar una brasa que tintineaba en el horizonte. A los pocos segundos una voz tranquilizó mis pasos al decirme “buenas noches, compañero”. Era don Antonio, el anciano mayor de la comunidad, que fumaba un cigarro sentado a la orilla del arroyo. A su lado yacía su bastón de mando.
Lo saludé respetuosamente. Antes de poder articular justificación alguna, don Antonio me preguntó afirmando “¿no puede dormir, verdad?”. “No”, respondí lacónico. “Yo sí puedo pero nomás no quiero. A esta edad ya he comprendido que dormir es perderse de escuchar cabalmente a las ceibas y los quetzales, al viento y al arroyito. La selva habla más y mejor por la noche y hay que saber escucharla con humildad. Venga, siéntese aquíacito, tal vez la selva tenga algo qué decirle”.
Me senté a su lado izquierdo. El aroma a tabaco me cosquilleaba el rostro mientras que mis oídos se colmaban de la sinfonía de los grillos. No sabía qué decir ni tampoco quería decir algo. Don Antonio aspiró su cigarrillo dejando que el humo abrigará mi desazón. Después dijo “lo vi hoy en la asamblea. Estaba ahí pero no estaba ahí.” Me sonrojé e inmediatamente atajé “bueno don Antonio, es que la situación aún está muy complicada, a pesar de los proyectos autonómicos...” “Pero pase lo que pase, compañero, uno sabe siempre que la dignidad nunca se doblega. Eso lo sabe requeté bien el corazón pero parece que usted no le da tiempo al suyo de decírselo”.
Habló mi silencio sorprendido, azorado, doliente. Sentí exhalar abatimientos y añoranzas y también sentí a los grillos callarse y al arroyo aquietarse. Don Antonio respiraba con la serenidad del que sabe que tarde o temprano, más que respuesta, recibirá la confirmación de sus palabras.
Los últimos días yo había reflexionado y expuesto sobre derechos humanos, autonomía, movimientos sociales y sistema político pero había aplazado la discusión más urgente: la de mi vida. Se me había terminado el plazo. Así que me expresé con la sosegada premura del que se sabe derrotado pero aún puede entender el motivo de su revés: “Lo que pasa, don Antonio, es que ahora mismo no sé si soy el hombre que he querido ser. Creo que he perdido mi camino”. Sentí mis ojos enrojecerse y mi garganta nublarse.
Don Antonio carraspeó y encendió otro cigarrillo.
Supe que era el momento de escuchar.
Entonces don Antonio comenzó su narración:

“Mis abuelos me contaron que sus antepasados les contaron que el mundo no está completo, no está cabal, porque los Dioses que lo hicieron perdieron las últimas piezas.
Es por eso que a pesar de la tierra que alimenta, los mares que sacian, el viento que refresca y el fuego que ampara, al mundo le hace falta las almas que al cuidarlo lo embellezcan.
Los Dioses se pusieron muy tristes por las piezas faltantes pero no se quedaron así nomás de brazos cruzados. Entonces sembraron maíz, cortaron las mazorcas, molieron los granos y pusieron a tostarlos al sol. Luego les pusieron agua y con sus manos crearon a las primeras mujeres y a los primeros hombres.
Cuando las primeras mujeres y los primeros hombres abrieron los ojos y comenzaron a tener conciencia, los Dioses les dijeron de su desgracia y les pidieron que los ayudarán. Las primeras mujeres y los primeros hombres aceptaron pues porque eran los Dioses los que les pedían el favor y pues porque no podían vivir en un mundo que no estaba completo.
Pero las mujeres y los hombres primeros tenían que tener bien claro lo que debían de encontrar, así que les preguntaron a los Dioses cómo eran las piezas perdidas qué ellos tenían que hallar. ‘Las reconocerán cuando las encuentren’, les dijeron los Dioses.
Desde entonces, las hijas y los hijos de las primeras mujeres y los primeros hombres tenemos la misión de buscar las piezas que faltan para completar al mundo. Cuando todos nacemos, nacemos con la misión divina de completar al mundo.
Y nos pasamos la vida buscando.
Buscamos al despertar, buscamos al soñar, buscamos al reír, buscamos al llorar, buscamos al callar, buscamos al mirar, buscamos al tocar y, sobre todo, buscamos al sentir realmente a las otras creaciones de los Dioses. Sentir realmente, o sea, estremecernos con el soplo más profundo de otra alma.
Y entonces el corazón nos late desaforadamente. Pero no por desamparo, locura o rendición, sino porque es la brújula que los Dioses nos pusieron en el pecho para guiarnos en nuestra búsqueda. Y cuando el corazón late tan fuerte sentimos tierra en los pies, mares en las manos, viento en la boca y fuego en el vientre: es porque hemos hallado una pieza más para completar el mundo.
Las han llamado de muchas formas: justicia, generosidad, solidaridad y hasta amor. Sea como fuere, todas las piezas faltantes para completar al mundo tienen que ver con una sola tarea: sentir realmente a las montañas, a los árboles, a las flores, a los animales, a las estrellas y a las demás mujeres y hombres.
Sentir sus dolores. Sentir sus alegrías. Sentir sus sueños. Sentir sus pasos. Sentir que los Dioses les habitan, como a nosotros.
Pero para poder sentir realmente, compañero, debemos primero tener listo el corazón. Abrazarlo si está adolorido, limpiarlo si está sucio, escucharlo si nos está hablando. Escucharlo atentamente pues es nuestro único guía en nuestra búsqueda. Por eso siempre debemos de caminar hacía donde él nos diga.
El mundo está incompleto y nosotros fuimos creados para buscar las piezas que le faltan.”

Don Antonio aspiró la última bocanada de su cigarro, se levantó despacio, tomó su bastón de mano y me dejó a la orilla del arroyo acompañado con luciérnagas adheridas al cielo, grillos adormilados, una corriente apacible y mi corazón vociferando. Y por fin lloré.
A la mañana siguiente emprendí mi regreso a la ciudad de México. Semanas después me vi quemando las naves de mi cotidianidad, sentado en un avión que me llevaba a España para estudiar mi posgrado.

En estos años que han pasado he vuelto asiduamente a sus tierras, me he reencontrado con rostros conocidos, palabras añejas y, especialmente, con mi entrañable arroyo de la selva. Don Antonio es ya una ceiba más ahí. En las noches, a la orilla del arroyo, cerca de la cañada, he podido sentir el aroma de su tabaco, el ronroneo de su respiración, su voz rasposa y serena. Sobre todo, he vuelto a escuchar su narración cada vez que el corazón me late desaforadamente recordándome entre luciérnagas y grillos sonoros que no claudique, que no renuncie, que continúe con mi búsqueda.
El mundo sigue incompleto.

miércoles, 21 de marzo de 2012

PRIMAVERA

Flor de apogeos.

PRÓXIMAMENTE 

domingo, 19 de febrero de 2012

VERÓNICA 4

¿Qué importa que me rescaten de la guillotina para después apostarme en la sala de espera de cualquier funeraria?

¿Qué importa que me colmen de estrellas las pestañas para después astillarme las pupilas de cenizas?

¿Qué importa que me escriban lunas para después eclipsarme con indiferencias?

¿Qué importa que se digan Ellas o Mías para después disfrazarse de quimeras?

¿Qué importa que me besen para después silenciarme?

¿Qué importa que me acaricien para después desgarrarme?

¿Qué importa que me hagan agua para después drenarme?

Que me piensen sin tiempo,
Que me miren sin esperanza,
Que me quieran sin sangre.


¿Qué importa, de verdad qué importa?
si tengo tu fantasma agazapado en las noches,
siempre dispuesto a devorarme.

martes, 14 de febrero de 2012

DECIMOTERCERA LEY DE SUSPIROS DEL ESPANTAPÁJAROS

Una Ella es como el amor: la desazón más ardiente, el apogeo más ansioso, la locura más renovada.
Ruptura. Desquiciamiento. Transgresión.
La reinvención más feroz de uno mismo.
Y por eso, es imprescindible.

lunes, 13 de febrero de 2012

ANUNCIOS CLASIFICADOS 4


Hombre de fantasías profusas y dedos alados busca una mujer fragante, sutil, habitable.

Que no coleccione años, sino dagas y cisnes.
Que sea capaz de labrar alcobas con palabras y silencios.
Que juegue al azar con los ojos y al universo con las manos.
Que sus labios no fermenten besos sino nitroglicerina.

Que en toda ella -en su silueta, en su boca, en sus pechos, en sus caderas, en sus muslos, en su ambrosía- destile una feminidad acuosa que anegue mi hombría.

Que sea una metáfora suculenta del caos.
Que transpire jazmines y brasas.
Que sonroje a la palabra hembra.
Que sea una Ella.

Abstenerse princesas. Se busca una Diosa.


jueves, 9 de febrero de 2012

XCIV



Paradójicamente, se hallaba en el mismo sendero que se extraviaba. En sus silencios y en sus respuestas. En lo que le desconocía y en lo que le reconocía. En su distancia y en su hoguera.
Por eso le escribía.
No para que lo leyera, sino para que lo tuviera dentro.
Para seguir muriendo por vivir en Ella.

martes, 31 de enero de 2012

SIN ELLA

Esta mortaja que criminaliza mis ojos y desangra mi boca,
como una flama devorando hojarascas.
Este coro de rocas empotrado en el viento, dormitando en mis alas derruidas.
Que no llora para dejar que las pestañas se incendien.
Esta mazmorra fría y oscura labrada con mis delirios.
Tengo un cirio en las manos y prefiero quemarme los dedos con los fósforos.

Añoranza no es acuchillarse para beberse la sangre en el desierto,
ni ahogar suspiros en las cenizas de las sollozos,
o ahorcarse en la nada.
Es no poder decírselo con mis labios.

Este lenguaje aniquilado por la noche espectral.
Esta intromisión del sueño en la vigilia.
Este refugiarse para seguir huyendo.
Esta garganta petrificada.
Este canto agonizante.
Esta ciudad en ruinas.
Este juego sangriento.

No la soledad.
Sino yo sin Ella.


lunes, 23 de enero de 2012

MISTERIO SUPREMO

Para Bea, júbilo supremo

Sucede que hay preguntas a las que no les basta con una respuesta.
Ni siquiera les es suficiente una verdad.
Sucede que hay preguntas que aspiran a desentrañar misterios supremos.

Abrió los ojos.
El espejo le pinceló la fatalidad de un semblante ensombrecido y una boca de frutos agazapados. Se miró con la misma expresión del naufrago que contempla la primera noche estrellada desde su barca deshecha.

Era Él pero en realidad no era Él.

Sólo quien se desnuda con las arterias sabe que uno es también lo que le espina la garganta.
Las ruinas arrogantes que le amueblan el ceño.
Las primaveras palpitantes que le braman en las cicatrices.

Respiró con la furia de un depredador herido mientras engulló el silencio aún moribundo.
Masticó con furor cada una de las siete dagas del nombre de Ella paladeando la sangre que le bañaba la lengua.
Volvió a mirarse frente al espejo, se mordió el labio inferior y se lo preguntó en voz alta:

¿Qué es Ella en mi vida?

El silencio drenó veneno de su yugular.
Un cisne murió apuñalado dentro de su garganta.
Una nueva primavera le palpitó en el pecho.

Hay en el muro de la desazón una rendija, apenas imperceptible, por donde siempre se colará la luz de la alborada.

Cerró los ojos para volver a buscarla.
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La encontró recostada en su cama.
Su cara se erigía sostenida sobre su brazo izquierdo formando con su cabello una sedosa cascada azabache.
En su rostro yacían dos gemas consteladas de ámbar que se empeñaban en sonrojar los ojos de todas las mujeres de la historia. Sus mejillas suaves como alcatraces custodiaban celosamente unos labios voluptuosamente bermellones que rivalizaban con las ciruelas más jugosas. En su boca se arremolinaba el porvenir.
Un pantalón y una blusa perfectamente combinados se arrogaban la fortuna de acariciarle el cuerpo con el pretexto de ataviarla.
Las alborozadas piernas entrecruzadas resaltaban el itinerario de unas caderas hacinadas de esplendor que concluían felizmente su viaje en la vereda de una cintura dulcificada. Inútilmente su camisa pretendía ocultar la jovialidad de dos senos efervescentes como manantiales, altivos como medusas, apulpados como frutos del edén.
Un edredón blanco ligeramente tintado aspiraba ser el aura de esa silueta intemporal.

En su rostro se fundían todas las divinidades.
En su cuerpo se congregaban todas las lujurias.
Femenina le era un adjetivo escaso. Hembra un sustantivo menor. Ella era una Diosa.

Él supo entonces que nunca se escribiría un poema más excitante que el que ahora se declamaba ante sus ojos.
Sintió una corola sazonarle la boca.
Unas cascada nacer en sus manos.
Una hoguera azuzarse dentro de su vientre.

Ella lo miró soberana, fragante, dichosa, con esos soberbios destellos con los que ese tipo de Ellas predican con los ojos tan sólo para exigir vasallaje.
Él se lo otorgó con una furibunda erección.

Millones de células e interacciones endócrinas confluyen en ese proceso natural destinado a la reproducción. Pero para Él esa acumulación desenfrenada de palpitaciones en su pene significó un llamado urgente del corazón para prolongar la sucesiva cadena de complicidades que desde el inicio de los tiempos han hermanado a ciertos hombres: no preservar la especie, sino tan sólo acariciar a Dios.
Seducir al infinito.
Dialogar con el universo.
Ser en el íntimo vergel de una Ella.
Amar.

Inhóspito pero siempre buscado anhelo de unirse y fundirse sin causa explicable que casi siempre requiere de dos seres infectados de locura y una vacuna aún por descubrir. Ella, Él y los siete pasos que dio hasta llegar a la orilla de la cama.

Empezó por besarle los pies atribuladamente.
Chupó sus dedos, lamió su planta, mordisqueó su talón como un hambriento. Había en sus besos una devoción más allá de la ternura y la posesión.

Entre sus piernas emergió aún más vociferante su virilidad.

Subió paulatinamente la boca por sus pantorrillas. A pesar de la tela del pantalón apresó entre sus dientes esa harina condensada de suavidad frenética.
Le besó ambas rodillas, le mascó embelesado los muslos y las caderas, pasó la nariz por su intimidad aspirando profundamente para llenar sus pulmones de esa ambrosía burbujeante.

Sus manos recorrieron presurosamente las piernas de Ella siguiendo el sendero marcado por la saliva. Apretujaron sus pantorrillas, estrecharon sus muslos, hurgaron en sus caderas y encontraron su nido en su cintura.

Sus dedos inquietos alzaron la blusa de Ella dejando al descubierto su ombligo. Él introdujo su humedad rosada en ese botón salino mientras se dedicaba pacientemente a desabotonarle la ropa.

Su lengua zigzagueó por su vientre tomando vertiginosamente la ruta de sus costillas para arribar a la substanciosa orografía de sus pechos.
Un sujetador negro pretendía contener la bonanza de dos frutos acolchados.
Su mano izquierda bajó la copa derecha del sujetador dejando al descubierto un suculento seno de nácar soleado con una suave pero respingada almendra tostada.
El latigazo que sintió en el vientre le provocó la erección más vehemente y adolorida que nunca antes sintió en su vida.
Estribó su iracunda rigidez entre los muslos de Ella y se lanzó a saborear ese pezón acanelado.
Lamió la aureola de azúcar mascabado, embuchó la curvatura amasada del seno, chupó con delectación la esponjosidad de su pezón almendrado.

Ella gimió.
Su cuerpo retumbó en una constelación de alborozos, en un cascabel de apetitos, en un nido de alondras en celo.
Lo tomó del cabello, le clavó las uñas en la espalda y aprisionó entre sus manos el sexo de Él.
Sus manos amasaron con frenesí de perdiguero su rabiosa hombría. Armoniosa ablución de delirios que a Él le agrietó las presas del cuerpo.

Ella ronroneó jadeos que Él interpretó como una plegaria del “continúa”.

Él transitó por la pendiente de su hombro, bordeó su cuello y aproximó su rostro al de Ella.
La miró a los ojos como quien mira el fondo del océano.
Y se sumergió en su boca.

Eso que la humanidad ha llamado “beso” para Él fue la sublime ocasión de degustar en Ella el néctar que fermenta sus palabras, de descubrir el refugio de sus silencios, de oxigenarse con su aliento líquido.
Ayer, hoy y mañana se disolvieron en la ebullición de su saliva.
Él desgranó poco a poco la palabra “beso”. Paciente y devotamente limó con la lengua cada letra para sustituirla por el concepto “nosotros”.

Ella le devoró sus faunos atrincherados.
Él le bebió sus ninfas ocultas.
Sus raíces se sacudieron.

Los gemidos llovieron sobre su piel humedeciéndolos.
Las jilgueros de sus dedos revolotearon por sus cuerpos picoteando la incomodidad de sus vestimentas.
Se desabrocharon urgentemente los recelos.
Se desamarraron febrilmente los geiseres.
Se arrancaron impetuosamente la serenidad con los dientes.

Todo desnudo compartido es una victoria sobre lo rutinario que merece coronarse en abrazos.
Así que Él la asió de la cintura, se puso de horcajadas y la sentó sobre sus muslos.
Ella se entreabrió y su vulva acuosa fue engullendo poco a poco la robusta virilidad de Él.
Su seta venosa se abrió paso en la húmeda espesura de Ella.
Su grosor le ensanchó sus capas musgosas, le azuzó los tejidos, le copó las fibras más sensibles.
Un temblor incontrolable la hizo gemir desde sus entrañas.
Él la miró embelesado. La tomó de las mejillas y le mordió los labios.
Ella cabalgó con más arrebato encima de Él. Lo golpeteó con sus caderas, lo succionó con sus fauces.
Él la sujetó de la cintura con firmeza, volvió a devorarle sus pechos y empujó su pelvis más enérgicamente.
Ella sintió como Él tocaba fondo y retozaba en ese rincón endiosado.
Un desquiciado vaivén los hizo danzar en torno a un perpetuo fuego genital.
Enredados en labios y vapores, les acometieron sacudidas, les abrigaron escalofríos, les hirvieron sudores.
Sus átomos vibraron insondablemente y un arroyo de aguamiel se les formó entre las piernas.

Suspiraron,
sonrieron
y se fundieron en un abrazo victorioso.
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Abrió los ojos con Ella habitando en sus pupilas.
Una aurora le tintineó en los labios mientras Él volvió a preguntarse en voz alta:

¿Qué es Ella en mi vida?

“Un misterio supremo”, susurró para cortejar al silencio.

“Un júbilo supremo”, le abonó el corazón.

Y salió decidido a escribírselo.