miércoles, 29 de agosto de 2012

CIII (MALDICIÓN)


Él yace en una alcoba sin tiempo ni verdor pero sembrada de minas antirutinas.
Ahí está, intacta, su piel tibiamente acanelada, su fragancia de alelí ajazminado, su sabor a almíbar apulpado. Ahí está Ella, intacta, íntima, invencible.

Ella llora como se llora entre la gente: con lágrimas secas.
Noches perfumadas, jugosas y trastabillantes. De sombras otoñales. Pero Ella resguarda en sus muslos, aún húmedos y palpitantes, tersos pétalos con los que rememora los labios de Él. Y suspira con desvelo.

¿Qué maldición recae despiadadamente sobre los amantes que se han separado?
La larga esperanza del reencuentro.

2 comentarios:

monini dijo...

A Ella le gusta viajar hasta el último confín de Las palabras, hasta la llanura más alta de Las graves y a la sima más profunda de su vuelo. Caer y levantarse. Volar hasta estrellarse en mil conveniencias. Ella no escribe para Ti, para mi o para Alguien, ni para las luciérnagas o la luna. Canta a pleno vuelo, llora hasta llegar el diluvio y vive por la melodiosa voz de una frase. Percibe el dulce aroma del acento y se conduce por la vía única de un solo sentido e infinitos instantes. El sexo no le asusta, pero incomoda. Quién puede vivir pensando en la piel, los sudores, el contacto pedestre, el tacto febril, la pasión del momento cuando el deseo se encuentra entre líneas, en el encuentro de miradas y tenues besos, cuando el sutil olor a libro viejo perfuma el café caliente bajo el sensual abrazo de una manta, sin sexo ni intención de voto. Ellos transitan entre palabras ajenas o propias para iniciar la charla más amable, el suspiro más profundo que es suspicaz a la memoria y al olvido.

Emilio dijo...

Él lee su nombre y suspira con ojos destellantes.
Intempestivamente, como si de respirar se tratase, recuerda una frase de su querido Benedetti: “el olvido está lleno de memoria”. Y de alborozos agazapados, añade Él.
Él no es más que lo que se empeña en conservar, acometer, reconocer. Júbilos a deshoras, ráfagas de sombras, esperanzas infatigables.
Lágrimas en las que se ha rehecho.
Sonrisas en las que se ha remendado.
Caricias en las que se ha guarecido.
¿Quién dijo sexo? Por supuesto que Él no. Él ha escrito de arar en ausencias, de desnudar insomnios, de someter delirios, de dinamitar agendas, de libar aguamieles.
Él ha querido musitar jilgueros, esparcir jazmines, tañer violines.
Intimar con letras.
A pesar de las distancias y los desencuentros –o precisamente por ellos- la vida siempre procura senderos.
E.