martes, 18 de agosto de 2009

SEÑORA DE OJOS PROFUNDOS

Hoy fue diferente, señora de ojos profundos.
Debo aceptarlo.

Y es que a pesar de todo, recuerdo perfectamente que otras veces tus visitas inesperadas encendieron mis sentidos y azuzaron mis desvaríos.
Que verte cruzar por mi puerta con tu paso desgarbado y tus gestos indescifrables era el pistolazo de salida para correr desaforado a tu encuentro.
Que tu cuerpo cerca del mío era arcilla en manos de alfarero.

Palabras nuevas en pluma de poeta.
Ciervo en olfato de tigre.

Que no te daba respiro: te ponía contra la pared, te abría las piernas y arrinconaba tus resistencias con mi aliento.
Desabotonaba mi imaginación y me postraba desnudo tras de tu espalda.
Olía tu cabello, ensalivaba tu lóbulo izquierdo, te mordisqueaba el hombro derecho.
Metía mis manos por los costados de tu cintura y te apretujaba los pechos.
Arrejuntaba mis caderas a tu cuerpo y ensartaba mi erección en la curvatura de tu trasero.
Te restregaba mi extensión con la paciencia de un hambriento al engullir una hogaza de pan.
Invadía tu trinchera colando mis manos por alguna rendija de tu ropa. Dejaba que mis dedos obraran en tu piel como fósforos en hierba seca.

Te subía la falda.
Te bajaba las bragas.
Entraba en ti.

Me movía sin concesiones. Sin reparos. Sin miramientos.

Siempre teniéndote contra la pared.

Te lamía el cuello.
Te jalaba el pelo.
Te rasguñaba la espalda.
Te metía un dedo en la boca.
Te hurgaba en tu vulva.

Concebía muecas, sudores y gemidos.

Me dejaba ir en ti para que tú te fueras de mí.


Pero hoy fue diferente, señora de ojos profundos, porque me siento triste y abatido.
Hoy, fuiste tú quien me poseyó.

Porque hoy me hundí en la inmensidad de tu mirada, Melancolía.