viernes, 12 de diciembre de 2014

INMENSIDAD


Fulgores cálidos se nos anidaban en cada resquicio de la piel.
Leves brisas serpenteaban bulliciosas en nuestros labios.
El agua continuaba en su interminable amasiato con el cielo.

Ella, sin dejar de asirme la mano, recargó su cabeza en mi hombro.

Sé que no me agradecía. Me reiteraba lo que soy en su vida.

Recién habíamos llegado ahí. Aparentemente había sido sorpresivo pero yo lo tenía bien planeado. Era su cumpleaños, y además su onomástico, así que decidí llevarla donde Ella había sido dichosa, donde se sentía plena, donde su corazón se renovaba. El mar.

De repente, Ella se acercó a mi oído y pronunció mi nombre. Pero no fue una enunciación cotidiana, fue de esas modulaciones que denotan jirones de entrañas alojadas en la voz. Como cuando estoy dentro de Ella.

-¿Qué pasa cielo? –Le respondí estremecido por su cercanía.
-¡Te amo de verdad!
-¿De verdad? ¿Se puede amar de mentiras?
-Jajaja, claro que no tontito. Quiero decir que te amo con cada átomo de mi cuerpo. Que ya no hay pensamiento donde no estés. Que mi vida ya no tiene sentido más que el sentido que tú le das al estar conmigo. Que te amo inmensamente.
-¿Y cómo es eso, mi Rebe? –Le dije mientras sentía cosquillas refrescantes por la espuma que nos burbujeaba en nuestros pies.

Ella suspiro y miró dentro de sí. Segundos después se volvió a dirigir hacía mí.

-Mira hacia el mar.
Voltee hacia el manto de agua que tenía enfrente.
-¿Te das cuenta? –Me preguntó emocionada.
-¿De qué? –Le respondí con una pregunta absorta.
-De que por más que lo intentes tus ojos no pueden abarcar todo el mar. Que por más que te esfuerces tu mirada no sabe dónde está el límite del mar. Que entonces sólo te queda creer que no hay nada más que el mar.
-Sí, mi Rebe, me doy cuenta –respondí sobrecogido.
-Pues así es la inmensidad de mi amor por ti.
Y me besó efusivamente.

Kilómetros atrás seguían los cohetes y la música en honor a la virgen de los mexicanos.

Yo seguí asido de la mano de mi Ella, esperando el momento oportuno para hacerle el amor y mirar hacia el mar.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

AÑORANZA II

Ojos que preñan a la ausencia.
Esperas que agrietan a la rutina.
Recuerdos que dinamitan a la noche.


Esta desaforada convicción.
Esta atropellada agitación.
Esta renovada devoción.


Echarme de más
cuando te echo de menos.
Mi amor.


jueves, 28 de agosto de 2014

AÑORANZA

Alquimia en el viento.
Lenguaje astillado de suspiros.
Pasos anudados a un solo sendero.

Extravíos.
Excesos.
Esperanzas.

Ella en cada resquicio.

Él se arrancó la mirada, la boca y la piel
para poder invocarla.

miércoles, 2 de julio de 2014

LA NEBLINA

-Mamor
-…
-¡Oughhhhhrrrr!
-…
-Motxita, ¿estás bien?
-… ¿Eh?, sí, sí, ¿por qué me lo preguntas Pa’?
-Porque te acabo de hacer la cara chicle y no te reíste.
-Ah, bueno Pa’.
-A ver flaquita, a ti te pasa algo.
-No, Pa’, no me pasa nada, estoy bien.
-Corazón: no te reíste con la cara de chicle, tus ojitos están como nublados y tu carita no tiene su luz de las mañanas. Te conozco, a ti te preocupa algo.
-…
-Tú estás preocupada por algo. Y no creo que sea lo de la multa por no haber entregado el libro en la biblioteca, porque eso ya lo hablamos. Ni tampoco creo que sea lo de tu examen de mate o que tu amiga Karo no ha ido a la escuela. ¿Me vas a decir qué es lo que te preocupa, cielo?
-… No quiero decirlo, Pa’.
-De acuerdo, Mamor. Tú sabes que yo respeto cuando no quieres compartir algo, cuando quieres tener tus propios secretos o cuando simplemente crees que es el momento de los silencios.
-Sí, Pa’.
-Pero también debes recordar que yo te amo. Y que eso significa que siempre, siempre, siempre estaré cuando tú me necesites. Que si tienes problemas, dudas o miedos, tú puedes recurrir a mí. A lo mejor no te resuelvo el problema, no te doy una buena respuesta o no te quito tu temor, pero que yo siempre te escucharé, te ayudaré a buscar lo que te haga falta y te abrazaré. ¿Lo sabes, verdad Motxita?
-Sí, Pa’, lo sé.
-Bueno mi amor.
-…
-…
-…
-…
-¿Papito?
-¿Sí, mi amor?
-Es que no sé qué me pasa.
-¿No sabes lo que te pasa?
-No.
-Bueno, vamos a ver si lo podemos saber juntos. ¿Cómo te sientes?
-Mhhh, pues como muy rara.
-¿Rara?
-Bueno, creo que más bien triste.
-¿Triste?
-Sí, así como si toda la neblina que hay ahora por las lluvias estuviese toda dentro de mí.
-Mh, ya veo. ¿Y tienes idea de por qué te sientes así? ¿De dónde provienen esas lluvias que han llenado de frío y gris a tu corazoncito?
-Sí, Pa’, creo que lo sé.
-Ah, pues entonces vamos muy bien para ir sabiendo lo que te pasa. ¿Qué te hace sentir rara, triste y con neblina?
-¿Te acuerdas que la semana pasada te platiqué que me gusta otro niño?
-Sí, mi amor, Giossue.
-¡Sí, él!
-¿Entonces, qué pasa con Giossue?, ¿te hizo o te dijo algo que te hiciese sentir incómoda?
-No, Papito, no me dijo nada feo ni se portó mal conmigo.
-Ah que bueno, ¿entonces qué pasa? Cuéntame, Pequeñita.
-¡Uffff! Es que son muchas cosas, Pa’.
-No te preocupes, Motxita, aún nos faltan minutos para llegar a la escuela. Y cuando lleguemos, aún tendremos como diez minutos más antes de que sea el retardo. No hay prisa, tómate tu tiempo.
-Bueno Pa’. Lo que pasa es que cuando veo a Giossue y cuando lo tengo cerca me siento requeté nerviosa. Siento hormiguitas en mi pancita y siento mis pies como si tuviesen ganas de correr muy rápido.
-¿Aja?
-Y también como que mi boca estuviese sellada. Y mi carita se pone seria. Y ya no sé qué decir. Y mis manos se descontrolan. Y mi corazón brinca muy pero muy rápido. Y es como si una parte de mí se desapareciera y no sé dónde encontrarla.
-Ayyy mi amor, ¿en serio te sientes así?
-Sí, Pa’. Karo dice que es porque estoy enamorada.
-¡¿En serio eso te dice Karo?!
-Sí, pero yo no sé si estoy enamorada. Papito, ¿qué es estar enamorada?
-¡Uyyy mi cielo, vaya pregunta, ehh!
-¿Es muy difícil, Pa’?
-Sí, es una de las preguntas más difíciles de responder. Sobre todo, porque cada persona tiene su propia respuesta. Porque cada hombre y mujer en el mundo lo viven de forma diferente.
-¿Entonces no se sabe lo que es estar enamorado?
-Mejor dicho: cada persona lo sabe a su manera.
-¿Y yo cómo sabré cuando esté enamorada?
-Tu corazón te lo va a decir, Pequeñita.
-¿Mi corazón?
-Sí, tu corazón. Él te lo dirá de diversas formas. Él te lo hará saber porque, cuando menos lo esperes, todos tus sentidos se juntarán para que no dejes de recordar a la persona de la que estás enamorada. Y sentirás que sólo existes para esa persona. Y la escucharás en todos los vientos y la verás en todas las flores. Y creerás que la luna se asoma tan sólo para que le hables de esa persona. Y entonces, sabrás por fin que estás enamorada, porque ya no podrás pensarte más que al lado de esa persona.
-¡Ayyy Papito, creo que siento mucho de lo que me dijiste!
-Entonces deberías sentirte muy feliz, Pequeñita. Un sentimiento así es un regalo de la vida, y como regalo tienes que emocionarte al recibirlo, disfrutarlo en las manos, abrirlo con alegría y saborearlo todos los días.
-Sí, Pa’.
-¿Entonces por qué te sientes triste?
-Porque no sé cómo acercarme a Giossue y decírselo.
-¿Por eso dices que sientes neblina en tu corazoncito?
-Sí, Pa’, por eso.
-Ok. Mira Motxita, ¿ves esa neblina que está en la montaña y la cubre? Allá a lo lejos.
-Sí, Pa’, lo veo.
-Te voy a contar algo.
-Sí.
-Resulta que esa montaña es muy, muy especial. Es una montaña que sueña y suspira. Y desde hace mucho tiempo, esa montaña miraba al cielo, y lo miraba con mucha ilusión, y le sonreía al sol, a la luna y a las estrellas. Pero nadie le hacía caso. Hasta que un día, una nube le devolvió la sonrisa. Entonces, la montaña reverdeció de alegría. Y no dejó de sonreírle a la nube, de contarle todos sus secretos, de enviarle suspiros y anhelos. Y sólo le pidió un deseo a la vida: poder abrazar a su nube.
-¡Pobrecita montaña!
-Y la montaña lo deseo tanto, tanto, tanto que sólo vivía para poder abrazar a la nube. Pero no podía hacerlo. Pasaban los días, las semanas y los meses, y no podía abrazar a su querida nube. Se desesperó, su verdor se volvió café, perdió hojas y árboles de tristeza. Hasta que un día se tranquilizó y se dijo: “no volveré a sufrir por esto que siento. Porque esto que siento es tan hermoso que no merece convertirse en sufrimiento”. Y volvió a sonreírle a la nube, a contarle todo lo que hacía durante sus días y lo que soñaba por las noches, y a decirle que lo único que deseaba era poder abrazarla. Pero ya sin desesperarse.
-¿Y qué pasó, Pa’?
-Pues que esta mañana, al despertar, la montaña se encontró que la nube se había convertido en neblina tan sólo para poder abrazarla. La montaña supo esperar. Y se cumplió su anhelo. ¡Mírala, está muy contenta abrazando a su nube!
-¡Qué bonita historia, Papito!
-Sí, mi amor. Hay que disfrutar lo que sentimos y aprender a esperar.
-Gracias, Papito.
-De nada, Mamor.
-…
-Pequeñita, ve agarrando tu mochila que ya estamos por llegar a la escuela.
-¿Papito?
-¿Qué, cielo?
-Blughhh, Blughhh, Blughhh
-¿Qué fue eso, Pequeñita?
-Ayyy, Pa’, ¿no lo viste? Fue mi cara de moco.
-Jajajaja. Te amo, mi cielo.

lunes, 16 de junio de 2014

16 DE MAYO DE 2014


Ya estabas. 
Pero llegaste a tiempo. 
El amor es una cuestión de oportunidad: no hay que encontrarse ni demasiado tarde, ni demasiado pronto. Hay que encontrarse en el momento preciso.

Meses antes, me habías visto en un partido de fútbol. Yo te había descubierto entre tus amigos. Supimos que existíamos. Y esa semilla fue suficiente.  
No las vemos, pero las primaveras palpitan en la crudeza de los inviernos y las alboradas manan de la profundidad de las noches. Tan sólo hay que saber esperar.

Esperamos y sucedió.  
Yo tenía que estar en clase. Tú sólo pasabas por ahí. He ahí mi definición más perfecta sobre el destino. 
Te acercaste y me hablaste. Y ese instante es ya uno de los recuerdos más indelebles de mi existencia; de esos cruces en el camino que, al tomarse, conducen a la inusitada certeza de que ya nada volverá a ser igual. 
Hablar realmente con alguien es acariciar la historia de la humanidad, desnudar el misterio de la existencia, saborear el néctar del universo. Y, al cruzar las primeras palabras contigo, supe que habíamos comenzado a procrear nuestro mundo. 
Las miradas se enhebraron. Las sonrisas nos desfloraron los labios. Las palpitaciones nos imantaron los sentidos. Ya no quisimos separarnos. No importó quién se acercara, no importó quién nos mirara, no importó quién nos esperara. La magia había surgido. 
Las semanas siguientes las diluimos en buscarnos afanosamente. Pero no coincidíamos. Hasta ese día que me viste entrar a reunión y esperaste mi salida. Entonces intercambiamos direcciones de correo. Y esa misma noche te escribí. 
Nos volvimos a ver, esta vez con el tiempo y el espacio propicio para comprobarlo: la magia no sólo seguía, sino que ya era realmente un hechizo. Un aluvión de júbilos imbricados que inevitablemente presagiaban un nosotros. 
Mensajes cada vez más seguidos, atentos y tersos; aparentemente ambiguos pero esencialmente embelesados.
Hasta los de la 5 pm de este día:

“Confieso que el miedo hace que mida la intensidad de tu atracción” 
“Dichosa tú que aún ves el freno. Yo ya estoy en el sendero desbocado de los desvelos, las canciones y los sueños diurnos.” 
“Me encantaría amanecer con la maravilla de tus ojos de estatua y anochecer en el acento de la noche, rozarme con tu mejilla y sentir de cerca tu encantador aliento.”

Los ojos se me colmaron de orquídeas. En los labios me revolotearon mariposas. El corazón se me desató.  
La vida me volvía a besar. 
Porque por fin iniciaba nuestra historia.

Bien llegada
Luz.
Bien recibida
Miel.
Bienvenida
Mi Rebeca. 

Nos buscamos los dos;
hoy fue el último día de la espera.

martes, 29 de abril de 2014

ABRIL

¿Que por qué te suspiro así?

Si quieres saberlo, renuncia a las agendas y relojes; a las premuras y rutinas. A la mera subsistencia.
Ven a mí.
Despacio, taciturna, constelada. Con el fragor que has ido acallando y las ilusiones que has ido aplazando.
Te susurraré mi respuesta con miradas combustionadas, sonrisas incontroladas, manos inquietas; con el escandaloso silencio que sólo sabemos recitar los amorosos.

Sábetelo.

Tus pupilas son estanques donde los jilgueros beben sus cantos.
Los cerezos se inspiran en el fervor carmíneo de tus labios.
En tu silueta se ciñe un vergel que sonroja a cualquier paraíso.

Son tus senos manjares apomelados de avellanas respingadas.
Tus caderas una algarabía de exuberancias.
Tus muslos un par de manjares apulpados.

Mis dedos transpiran tu piel.
Retumbas en mi vientre como un vendaval.
Me urge que tu aliento me colme por dentro.

Y ese fruto vernado.
De valva enhebrada y musgosa.
De tálamo manso y aterciopelado.
De aroma a salitre y almendra.
Acanalado. 
Enracimado.
Trémulo. 
Tibio. 
Bullente.
El tulipán agrosellado entre tus piernas.
Que mi lengua abrirá embelesadamente.
Para que florezcas acuosa en mi lecho de abril. 

Por eso te suspiro así.

martes, 15 de abril de 2014

15-04-14

Estar a solas contigo. 
Despojada de relojes, calendarios y armaduras.
Ataviada de murmullos, constelaciones y veredas.
Que un crepúsculo sonrosado te ciña la silueta
y la noche florezca sahumada de ti.

A solas.

Aguardando por ti,
Una hilera de velas
para enmadejarse en tus pestañas
Una copa de cristal,
para emulsificarse con tu saliva
Una sinfonía de cello
para arrullarse con tus palpitaciones
Y la luna entera,
para retozar en el estanque de tu piel.

Me es indiferente el color de tu labial, la marca de tus zapatos o el aroma de tu perfume.
Suspiro sólo por ti.
Por los fragmentos de universo que preñas a cada paso.
Por los porvenires demacrados que entibias con tu sonrisa.
Por las certezas de mármol que haces añicos al nombrarme.

La tierra me balbucea en flores que polinizan de ansiedades cada silencio arracimado en estas manos que te añoran. Que decoran cántaros con la humedad de tu nombre. Que te claman escribiendo.

Que dibujan lo que las transpira.

Anegarme los pulmones con el aguacero de brevas enquistado en tu cuerpo.
Horadarme la coraza del pecho con cada campaneo bullente de tu voz.
Ser desangrado por los leopardos que dormitan bajo tus parpados.

Sentir como tu belleza se abre paso dentro de mí, como me invade con su molicie, como me atrofia cada nervio, como me devora cada filamento.

Imantarme a tus pulsaciones; a esa tibia ráfaga de savias dosificadas cuando te acercas más a mí.

Dejarme arrastrar por la tormenta depredadora en mi interior y sus simientes en las venas.

Reconocer mi lugar en el mundo al tomarte de la cintura.
Adosarte a mi pecho dejando en ridículo a la libertad.
Percibir el repiqueteo de un alborozo afestinado en tus labios.

Probar con elocuencia las fresas de tu boca,
entremezclarlas con la crema de tus dientes,
sorber el licor de su turgencia,
derramarnos en una ambrosía de pulsos y alientos.

Escarcearnos.
Escudriñarnos.
Espumearnos.

Notar que te vas abriendo dulcemente como una rosa, que te vas vertiendo como una cereza, que te vas amielando como el mes de abril.
Descubrirlo en la electricidad de tus caricias,
en la voluptuosidad de tus pechos avellanados,
en la convulsión de tus muslos apulpados,
en la efusión de tu intimidad agrosellada.

Tomarte.
Entrar en ti.
Hacerme tuyo.

Caracolas aletearán en paraísos amusgados de natas.
Guirnaldas se disolverán en pleamares de ámbar.
Géiseres se coparán de hervores frondosos.
Y yo amaneceré enroscado a tus caderas.

Nada más.
Estar a solas contigo.
Eso es lo único que quiero para mi cumpleaños.

viernes, 4 de abril de 2014

CAMINO

Amo viajar.
No me refiero a la preparación de un itinerario o el arribo a un sitio; uno, el gusto de la proyección; otro, el gozo del descubrimiento; ambos ligados por un destino.
Me refiero a viajar. No a planear, no a llegar, sino a andar. A recorrer senderos, a transitar carreteras, a cruzar accesos. En suma, aludo completamente a la raíz etimológica del verbo viajar: hacer camino.

Todo inicia justo al ponerme en marcha. En ese preciso instante me invade un júbilo sustancioso que me hace olvidarme de la partida y de la meta para entregarme al deleite del ir y venir. Entonces, salgo de mí y me vuelvo parte del camino.
Soy los edificios altivos pero hincados ante el tiempo, soy las praderas arrulladas por el viento, soy ese niño que ignora que lo que le entrelaza los dedos no es la mano de su Mamá sino la esencia de la humanidad, soy aquellos adolescentes que se iluminan el rostro mutuamente porque comparten el milagro de acariciarse con sus pulsaciones. Soy todos y todo; lo que veo y lo que veré.
Fernando Pessoa tenía razón y los viajes son los viajeros, lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos.

Viajar es para mí una metáfora de la vida porque no importa tanto el principio ni el final como el recorrido.
Porque cuando me opuse a ser esclavo de mi origen y siervo de las metas que otros me dictaron, para sumergirme en los recovecos y las huellas de mi camino, me sentí libre. Y renovadamente pleno.
Esa es la verdadera razón por la que no uso el automóvil para ir de mi casa a la Universidad de Helsinki. Le gente a mi alrededor opina que es una insensatez recorrer 80 kilómetros en transporte público teniendo un automóvil propio, sobre todo en temperaturas de hasta menos 30 grados. Yo utilizo el ahorro de combustible, la eficiencia pública finlandesa y hasta cierta conciencia ecológica como argumentos, pero la verdad es que uso el transporte público por el puro placer de ensimismarme en el camino. Por eso es que también, en lugar de tomar la ruta más corta (tomar el trolebús hasta Rautatientori y luego el tren) prefiero la que alarga mi ausencia del mundo de las agendas (andar hasta Kamppi y de ahí tomar el autobús 117 que bordea Espoo). Así, en lugar de 90 minutos diarios (45 por la mañana y 45 por la tarde), utilizo 120 minutos en mis viajes cotidianos. Todo un lujo que, obviamente, sé que me merezco.

Posiblemente la mayoría de las personas piensen que una ruta diariamente andada es siempre el mismo trayecto. Yo creo que, así como una mujer puede ser todas las mujeres en una sola, un camino puede ser un universo de caminos en sí mismo. Y no sólo me refiero a las vistas que pasan de lo grisáceo en otoño a lo blanco en invierno y luego a lo esmeraldino en primavera, sino a tener la oportunidad de volver a andar un camino para volverlo a descubrir: hallar un cruce que antes había pasado desapercibido, darle la bienvenida a un retoño de la naturaleza o simplemente postrarse ante una nueva huella del tiempo. Si por definición no se ama de una sola manera aunque se ame profundamente, tampoco se viaja de una sola forma aunque se viaje asiduamente por la misma ruta.

El camino está atestado de senderos. Sobre todo en quienes no sólo lo andan, sino que además lo reviven al desvivirlo. En quienes no lo hacen suyo, sino que se mezclan con candorosa inconsciencia en el camino y se vuelven animadas postales de horizontes irrepetibles; escenario multicolor de carnavales urbanos; lienzo abonanzado de verdores palpitantes. Andamiaje, bricolaje, paisaje. Camino.

Si de algo puedo enorgullecerme, es precisamente de ser un caminante. No un viajero, no un transeúnte, no un pasajero.
Un caminante.
Un ser tan ínfimamente honesto que no sólo pone los pies en la tierra, sino que se sabe, si bien prescindible, una partícula integrante de esa sinfonía de savias; no sólo un mero espectador, sino un habitante privilegiado de un microcosmos sazonado especialmente en un tiempo y espacio propicios para su subsistencia. Alguien que se concibe como el resultado de la milagrosa e infinita concatenación de hechos y consecuencias, de muertes y nacimientos, de despedidas y reencuentros, de besos y fluyentes.
Eso, un caminante.
Por eso, no hallo otra forma de andar por el camino convergiendo en lo que he sido, lo que soy y lo que seré, más que escribiendo. Y no sólo metafóricamente hablando, realmente escribo con entrega y entusiasmo, preñado de musas, en el autobús que me lleva al amanecer y me trae de regreso al anochecer. Ha sido en ese trayecto donde, por dar algunos ejemplos, he concebido, procreado y alumbrado a mis amadas “Ella”, “Naufragio”, “Conocer” o “Reencuentro”.
Escribir es mi forma, acaso la más diáfana, de saberme parte del camino.
De volverme sendero mientras me ovillo en los pliegues del horizonte.
De mirarme con sangre en las arterias del mundo.
De huir, refugiarme, añorar y ofrendarme.

“Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar”
Recitó el gran Antonio Machado.

Y yo, iluso caminante, en este trayecto he comenzado a escribir “B y E”.
Como una forma, acaso la más diáfana, de hacer camino hacia Ella.
Mi añorada.