lunes, 16 de junio de 2014

16 DE MAYO DE 2014


Ya estabas. 
Pero llegaste a tiempo. 
El amor es una cuestión de oportunidad: no hay que encontrarse ni demasiado tarde, ni demasiado pronto. Hay que encontrarse en el momento preciso.

Meses antes, me habías visto en un partido de fútbol. Yo te había descubierto entre tus amigos. Supimos que existíamos. Y esa semilla fue suficiente.  
No las vemos, pero las primaveras palpitan en la crudeza de los inviernos y las alboradas manan de la profundidad de las noches. Tan sólo hay que saber esperar.

Esperamos y sucedió.  
Yo tenía que estar en clase. Tú sólo pasabas por ahí. He ahí mi definición más perfecta sobre el destino. 
Te acercaste y me hablaste. Y ese instante es ya uno de los recuerdos más indelebles de mi existencia; de esos cruces en el camino que, al tomarse, conducen a la inusitada certeza de que ya nada volverá a ser igual. 
Hablar realmente con alguien es acariciar la historia de la humanidad, desnudar el misterio de la existencia, saborear el néctar del universo. Y, al cruzar las primeras palabras contigo, supe que habíamos comenzado a procrear nuestro mundo. 
Las miradas se enhebraron. Las sonrisas nos desfloraron los labios. Las palpitaciones nos imantaron los sentidos. Ya no quisimos separarnos. No importó quién se acercara, no importó quién nos mirara, no importó quién nos esperara. La magia había surgido. 
Las semanas siguientes las diluimos en buscarnos afanosamente. Pero no coincidíamos. Hasta ese día que me viste entrar a reunión y esperaste mi salida. Entonces intercambiamos direcciones de correo. Y esa misma noche te escribí. 
Nos volvimos a ver, esta vez con el tiempo y el espacio propicio para comprobarlo: la magia no sólo seguía, sino que ya era realmente un hechizo. Un aluvión de júbilos imbricados que inevitablemente presagiaban un nosotros. 
Mensajes cada vez más seguidos, atentos y tersos; aparentemente ambiguos pero esencialmente embelesados.
Hasta los de la 5 pm de este día:

“Confieso que el miedo hace que mida la intensidad de tu atracción” 
“Dichosa tú que aún ves el freno. Yo ya estoy en el sendero desbocado de los desvelos, las canciones y los sueños diurnos.” 
“Me encantaría amanecer con la maravilla de tus ojos de estatua y anochecer en el acento de la noche, rozarme con tu mejilla y sentir de cerca tu encantador aliento.”

Los ojos se me colmaron de orquídeas. En los labios me revolotearon mariposas. El corazón se me desató.  
La vida me volvía a besar. 
Porque por fin iniciaba nuestra historia.

Bien llegada
Luz.
Bien recibida
Miel.
Bienvenida
Mi Rebeca. 

Nos buscamos los dos;
hoy fue el último día de la espera.