... “No he podido entenderlo. Las lunas arrogantes de estos tres meses me han visto rumiar justificaciones y liar pretextos pero simplemente lo he intentado sin haberlo logrado.
No, anhelada mía, no he podido comprender tu lejanía, tu distanciamiento, tu ausencia. Ese silencio desgarrador con el que culpabilizas a mis sentimientos.
Emperatriz de beatitud.
El resplandor de tu nombre ha alfombrado de arcoíris mis días y de luciérnagas mis noches.
Sin identificar el timbre de tu voz, saborear la curvatura de tus labios o perderme en el destello filantrópico de tus ojos, he reconocido tu esencia. Y de ella he quedado prendado.
He sido leña seca en tu fuego primaveral.
He sido el deseo por tu silueta, la avidez por tu boca, el apetito por tu feminidad. El hambre voraz de ti.
He sido lo que mis letras titubeantes han tratado de colmarte.
Cada palabra ha sido procreación en tu piel de lo que mi cuerpo ha llorado por no obrarte.
Has sabido, por fin, que no se acaricia con las manos
sino con suspiros.
Y los míos, bienanhelada, se han esparcido por tus pestañas
por tus bordes
por tu sombra.
Has sido guirnalda deshecha con mi saliva.
Te he desvestido con mi resplandor.
Te he tocado con mis guiños.
Te he excitado con mis sigilos.
Has sido agua entre mis dedos.
Me he colado en tu intimidad
adentrado en tu ambrosía
invadido.
Te he atestado de conmociones,
rebosado de sacudidas
desbordado de convulsiones.
He temblado dentro de ti
asediado con mi simiente
mezclado con tu néctar.
Nuestros sabores se han fundido en un abrazo victorioso.
Y mientras tú sabías que el placer inefable era una ruta que se corona con mi nombre, yo simplemente volvía a esperar por saber de ti.
Transgresores de rutinas.
Seductores de fragores.
Amantes insaciables.
Has comandado la tempestuosa revuelta de mis sentidos.
Sólo que esa noche, más que tus muslos, yo necesitaba urgentemente tus brazos.
Pero me he quedado sin nada.”
E.