lunes, 28 de diciembre de 2009

SEGUNDA OPORTUNIDAD

Hace algunos días estuve en una de las reuniones típicas de las épocas decembrinas.

Había mucha gente y de todo tipo, sobre todo del sexo femenino. No iba con intención de flirteo pero no por ello dejaba pasar desapercibidas a mujeres de mirada afilada, sonrisa sugestiva y cuerpo elocuente, como aquella mujer que sigilosamente no pude dejar de contemplar durante toda la noche.

Ella tenía el cabello rubio tostado, los ojos de un azul penetrante, la nariz discreta, los labios comedidos, el pecho distinguido, las caderas atractivas y una presencia certera, como una vereda en un bosque otoñal. Calculo que tenía alrededor de 45 años, por lo que era de una belleza madura, de esas que son cautivadoras.

Como suele suceder, luego de algunas dosis de vino, cerveza y vodka, el ambiente fue calentándose.

El círculo de conversación masculina en el que me encontraba no estuvo ajeno a la calidez del entorno, así que los temas comenzaron a subir de tono y, como es obvio, comenzaron a centrarse en las mujeres. De repente, uno de los integrantes soltó a los demás una pregunta directa con aires de machismo: ¿tetas o nalgas?

Dado el inicio de la ronda, yo sería de los últimos en hablar. Al llegar mi turno de respuesta el resultado era un empate, así que tal vez yo inclinaría la balanza. Sin embargo, al tomar la palabra mi respuesta fue: “una mujer que haga apetecible ambas opciones”. Entre las expresiones de asombro y mofa de mis interlocutores, agregué un “nada como que el placer sea íntegro y sea previo a un desbordado deseo”, mientras esbozaba una pícara sonrisa, le daba un sorbo a mi copa de vino tinto y miraba por enésima ocasión a unos 15 metros de distancia, donde estaba aquella mujer hechizante.

La conversación siguió su derrotero natural hasta encallar en los tópicos relatos de experiencias sexuales donde los narradores son los protagonistas de momentos sumamente ardientes, muchos de ellos en lugares peculiares y con dos o tres mujeres bellísimas y al mismo tiempo.

Como también me suele suceder, llegada la conversación a ese momento yo ya no suelo participar debido a tres razones. La primera porque yo no he tenido relaciones sexuales en lugares extravagantes (como en un tren, en un avión o en un bosque, como lo relataron algunos en la reunión) –mi lugar más extravagante se remite a un elevador-, ni tampoco han sido con más de una mujer a la vez. La segunda razón es porque mi concepto de erotismo se vincula a la atmósfera que se recrea de mi intercambio emocional (previo) y el carnal (posterior) con una mujer deseada, momento que me es prácticamente imposible de rememorar de forma hablada. Como buen amante de las palabras, necesito de tiempo, intimidad, lápiz y papel para recrear decorosamente los momentos sensuales deliciosamente degustados. Y la tercera es que no me gusta referirme a esos momentos como trofeos, medallas o diplomas, sino como respiros: instantes que oxigenan el corazón, alimentan el alma y extienden la vida.

Así que, sin dejar de divisar a la mujer inquietante, mejor me quedé callado.

El tiempo se desgastó entre desvaríos lingüísticos, conatos de altanería y desaguisados al buen gusto. Desafortunadamente, yo tenía otra cita con otros amigos por lo que ya no podía seguir presenciando tan comunes, pero no por ello inadvertidos, comportamientos sociales.

Así que comencé a preparar mi salida despidiéndome de la gente conocida y los anfitriones. Para mi fortuna, uno de estos últimos, mi amigo Milton, estaba charlando momentáneamente con la mujer que no dejé de vislumbrar durante la velada. “Por lo menos sabré su nombre”, dije para mis adentros.

Y efectivamente lo supe: se llamaba Lena, me lo dijo añadiendo un “nice to meet you” a un beso y una sonrisa cálida. Tenía el tiempo encima por lo que no pude conversar más con ella. Le repetí el beso, el “gusto en conocerte” y me despedí ofrendándole lo que sentí que fue un rostro de malogro resignado aderezado con gestos de acaso.

Salí del lugar reprochándome mi tardanza e implorando por una segunda oportunidad.

Hoy recibí una llamada. Era de Milton quien, además de saludarme, desearme un buen viaje y un mejor año nuevo, me platicó que Lena le preguntó más sobre mí.
Y hoy ya sé más sobre ella.
La segunda oportunidad será en un par de semanas. Ahora parto para España.