viernes, 2 de enero de 2009

GEMA II (O UN CARAMELO PARA INICIAR EL AÑO)

La leve brisa que entraba por la ventana batía la cortina armoniosamente.

Estaba somnoliento. Mi reloj marcaba las 9:30 am. La noche anterior había sido larga y lujuriosa.

Afuera del cuarto de hotel, el mar dirigía una orquesta de sonidos suaves.

A mi lado y de espaldas, pude ver las curvas en reposo de Gema. Su silueta, que no me cansé de asir y recorrer horas antes, estaba inerte. Sus labios, deliciosa fruta que casi me bebí por completo, reposaban en una almohada. Fue inevitable recordar los intensos besos que nos intercambios, el pillaje de las prendas, y sus pechos rebotando al frenético ritmo de nuestra danza íntima.

Entonces, mi querido pedazo de carne rojiza, otrora blandengue, se despertó.
Y con él, una ardiente impaciencia.

Así que, vapuleando al déficit de sueño, me lance sigilosa pero decididamente al cuerpo de Gema, entonces territorio de embriagantes consumaciones eróticas.

Como felino hambriento, cerqué a mi presa. Conteniendo la saliva de mi boca, me monté en Gema llevando mis labios al recoveco que emergía entre su lóbulo y su nuca. Hice a un lado su mechón de cabellos color azabache e inicié un carnaval de besos en su cuello.
Seguí por su espalda, continué por sus caderas, y me detuve entre sus nalgas y sus piernas, en su valle sexual. Todavía olía a mí. Mi lengua inició una misión de exploración introduciéndose en esa sensual angostura.
Gema emitió un hondo gemido, a manera de buenos días.
Yo me afiancé de sus caderas y proseguí en mi afanosa búsqueda, hundiendo mi nariz entre sus nalgas.
Mi lengua se sumergió en su vulva, retozando en ella, humedeciéndola, untándola de mi secreción bucal más vehemente. El cuerpo de Gema era un culto a la eternidad del éxtasis. Entonces, hallé su diminuto pero palpitante montículo. La vía directa al placer se abrió ante mí. Por eso, me di a la tarea de rozarlo con la punta de mi lengua, lamiéndolo y hurgándolo al mismo tiempo.
Gema clamó por mi hallazgo e imploró que no cesara en mis movimientos.
Como buen caballero, persevere en mi labor.
Mi pene alcanzó su grosor natural.
El cuerpo de Gema se rindió al mío y su piel se erizó como ofrenda.
Las uñas de Gema se clavaron en las almohadas.
Un hormigueo se apoderó de ella.
Su valle dio paso a una cascada.
La silueta de Gema volvió a estar inerte.
Una sonrisa le iluminó el rostro.

Yo no había concluido.
Así que llevé mi pene al talón de su pierna izquierda. Ahí, como punto de partida, dejé que mi extensión del cuerpo circulara por sus dos piernas, paseara por su trasero, levemente ajara su vulva, y le masajeara la espalda.
Mi líquido preseminal dejaba rastro de mis andanzas.
El cuerpo de Gema bramaba.

Entonces, inicié un travieso juego que me llevaría al placer.
Acarreé mi pene hasta el cuello de Gema. Lo enredé entre su nuca, lo balanceé en sus mejillas, lo hinqué en la curvatura de su cuello. Sin esperarlo, Gema volteó su cabeza boca arriba, una de sus manos sujetó mi nalga derecha, y la otra aprisionó mi pene para llevárselo a sus labios como un ansiado caramelo. Aun recuerdo su pícaro rostro.
Mientras amasaba gustosamente mi escroto, se llevó mi glande a la punta de su lengua. Con destreza, esmero y cuidado, la lengua de Gema acariciaba mi pene; enredándose en él, revolcándose en su piel, arrullándose en sus palpitaciones.
Comencé a experimentar exquisitas convulsiones.
Entonces, su boca se abrió al máximo para tragarse apetitosamente los 17 centímetros de mi pene. Chupándolo con devoción, emitiendo acuosos chasquidos, Gema me hacía una suculenta felación. De esas que uno tanto desea pero que no siempre recibe.
Era un momento deliciosamente arrebatador.
Afuera, el mar seducía a la arena.
La brisa penetraba a la cortina de nuestro cuarto.
Y yo ya no pude oponerme a tan celestial estimulación, así que emití un ahogado “¡ya no aguanto más!”. Sin dejar de lamer mi sexo, escuché a Gema decir un “está bien”.
Entonces, mi cuerpo expulsó un flujo placentero y se cubrió de un halo de felicidad.
Y yo inicié el 2003 de una forma deliciosa: en el nirvana.