(...)
Estoy
totalmente de acuerdo contigo: lo que sentimos, lo que nos hemos procreado, lo
que vivimos al vernos, de la forma en que lo hicimos, lo que nos entregamos, lo
que nos añoramos, lo que nos significamos, su profundidad y eternidad, no son
de esta vida, no pueden serlo, tienen que venir de antes, de otras vidas, de
pasados majestuosos donde estuvimos juntos y nos amamos tanto que, una vez
extinguido esos lapsos vitales, nos la hemos pasado buscándonos. Sólo esa
explicación me satisface para no quebrarme la cabeza en tratar de entender esto
que siento y que me implosionó al reencontrarte.
Tú
y yo lo sabemos. Podemos estar separados, podemos sólo vernos un fin de semana
por cada vida, podemos herirnos, podemos distanciarnos definitivamente, podemos
añorarnos hasta el desvelo, podemos querer renovadamente a otra persona, pero
nos amamos como no lo haremos con nadie más. Así, tan descomunal, exorbitante y
desmesurado que sobrepasa fronteras físicas y temporales. Ese es nuestro
paraíso y penitencia, nuestra historia.
Me
ha costado mucho entenderlo pero lo he conseguido.
Por
eso, ahora mismo, mientras concluyo con esta carta, estoy a punto de tomar el
sendero que me llevará a entregártela en persona.
Espero
que aún vivas en el mismo lugar.