viernes, 7 de marzo de 2014

10 AÑOS (PASADOS)

Uno de los relatos que más desvelos me costó escribir inicia así: “Somos los amores que no fueron”.
Estoy totalmente convencido de ello.
Incuestionablemente, yo soy los anhelos que nunca se volvieron caricias, los besos que no prodigué, los amaneceres que no compartí; las historias con final anticipado. Y, rotunda y prominentemente, yo no podría ser lo que soy, sin lo que no fui contigo.
No sólo no me avergüenza reconocerlo, sino que me ha hecho muy bien aceptarlo.
Lo que el tiempo no erosiona, la soledad se encarga de magnificarlo. Como cuando uno tiene la lucidez de sentir que ya nada volverá a ser igual sin ese instante que está viviendo y con quien lo está viviendo.

Aún puedo vernos.
Ese sábado por la mañana. Caminando descalzos por la enorme explanada de Ciudad Universitaria, tomados de la mano, ajenos a las miradas circundantes.
O ese domingo al atardecer. Dentro del auto, con los asientos extendidos y los pies en el tablero, primero paladeando nuestros helados, después tú con algo de mi helado de vainilla en la nariz, yo con un poco de tu helado de zarzamora en mi mejilla, y al final ese nuevo sabor que creamos con nuestros labios.
O aquel viernes por la noche. Cuando llovía a cántaros, el viaducto era un largo estacionamiento y llevábamos más de una hora dentro del auto, por eso ya me estaba resintiendo de mi lesión de la espalda. Y de repente me contaste ese chiste tan simple sobre una chica y su constipación. No, no me lo contaste, me lo actuaste. Y me hiciste reír, tan exultantemente, tan enternecidamente, que todavía escucho y me alegro con tu: “entonces me limpié la nariz, y mi vida cambió”.
O las tardes que íbamos al teatro, al cine o a exposiciones. Decidiendo las funciones, cuando no por críticas previamente leídas, por volados o turnos. ¿Recuerdas cuando fuimos a ver el episodio II de la guerra de las galaxias porque yo creí que a ti te interesaba por un comentario que hiciste y tú creíste que yo era fan de la saga? No importaba. Nunca importó. Porque después, en algún restaurante o en alguna cafetería, tú y yo siempre encontrábamos símbolos, historias paralelas y significados a todo lo que veíamos. No importaba lo que nos querían decir, nosotros lo hacíamos nuestro. Como Amélie, nuestra primera película.
O cuando tú, que no te gustaba el fútbol, fuiste a verme jugar la final del campeonato, con ese equipo que yo había fundado hacía unos meses. Y que el partido estaba a dos minutos de terminar y nosotros perdíamos por un gol. Entonces nos marcaron la sexta falta. Shoot out a nuestro favor, que yo decidí cobrar. El árbitro indicó que sería la última jugada. Silbó, yo conduje el balón y 5 segundos después celebrábamos el empate. Luego penalties y campeones. Aún te recuerdo saltando de emoción en las gradas.
Y Oaxaca, el único viaje que hicimos juntos. El trayecto en autobús. La ciudad, sus iglesias y mercados. El árbol del Tule. Hierve el agua. Monte Albán. Las noches. La última tarde en el centro. ¿Sabes? He podido pero no he querido volver ahí.

Fueron sólo tres meses los que estuvimos juntos. Pero fue cuando entendí que el corazón tiene otra forma de medir la existencia.
Por eso, tu despedida me sigue pareciendo impropia de lo que teníamos y de lo que tú misma me confirmaste que sentías profundamente por mí.
Es cierto, fallé en darte confianza y lo hice peor cuando, al irte de nosotros, acepté todas las propuestas que tenía en la oficina y que era imposible que no te dieses cuenta. Con ese actuar mío, sangrando por la herida, confirmaste lo que no era cierto en los hechos pero que se nutría de tus miedos.
Luego llegó aquel viernes, 10 meses después de nuestra separación, cuando me invitaste a comer. Y me confesaste que te casabas al día siguiente. Pero que me seguías amando.
Y el día de tu cumpleaños, el 30 de mayo. Cuando también cumplías dos meses de casada. Coincidentemente, ese día tuvimos que quedarnos más tiempo en la oficina para entregar un proyecto. Antes de marcharte a tu casa, te deseé un cumpleaños muy dichoso. Me dijiste que lo tendrías con un regalo. Te pregunté cuál era. Me dijiste que un beso mío.
Era nocivo seguir así. Ya no podía seguir así. Por eso lo intenté hasta que lo conseguí, afortunadamente, en ese mismo 2003.
Realmente era una ilusión que tenía desde mi época de estudiante de licenciatura. Pero había ganado ese concurso de oposición, luego el concurso interno para el ascenso. Tenía mi propia oficina. Gente y proyectos a mi cargo. Viajaba mensualmente a los estados del país. Representaba al instituto en eventos del Congreso, de las Secretarías, de los partidos políticos. A los 25 años, eso era más que suficiente para tenerme anestesiado de confort.
Sí, era un anhelo que se me anidó desde años antes. Pero tú, aún sin quererlo, me ayudaste a despertar de ese aletargamiento. Así que decidí que debía seguir continuando con mis búsquedas. Y la respuesta llegó el 7 de junio: la Universidad de Salamanca me aceptaba en su programa de posgrado y el Ministerio de Exteriores me becaba para ello.
Y me fui.
Afortunadamente me fui, para andar por todos los senderos que me han llevado a ser lo que ahora soy.
Es curioso. Tú te fuiste de nosotros pero yo me fui del país. Te quedaste allá con los espacios que poblamos, pero yo me quedé con la historia que no llegamos a vivir. Creo que estamos a mano.
Porque yo he estado seguro de algo durante este tiempo. Que en los momentos que te quedases sin agendas ni teléfonos, sin espejos ni maquillajes, cuando estuvieses a solas contigo misma, te acordarías de mí.
Porque yo nunca te olvidé, a veces hasta al grado de olvidarme de mí mismo.
A veces pensando que el “todavía” no se volvería “nunca más”.
A veces defendiendo tu recuerdo, inclusive de ti misma.
A veces reinventándote en suspiros enletrados.
A veces saboteando alboradas.
A veces creyéndote invencible.

Y así, durante estos años.

El 28 de febrero del 2014, exactamente hace una semana, volviste a comunicarte conmigo.

En mi microcosmos vital, habitan muy pocas personas que al ser evocadas puedan estremecerme las fibras más recónditas y sensibles.
Si me pienso con tu nombre, diez años es un suspiro.
O una eternidad.
Pero no dejan de ser pasado.
Y yo tengo un presente luminoso: estoy profunda, desbocada y estúpidamente enamorado.
Así que he decidido que por fin ha llegado el momento.
No más aplazamientos.
No más fantasmas.
No más ser lo que no fui contigo.

Vivirás en mi eternidad.

¡Hasta siempre, Verónica!

martes, 4 de marzo de 2014

10 AÑOS

Dos párrafos.
Seis líneas.
Sesenta y cuatro palabras.

Satisfacción porque, a tu juicio, he honrado mis más profundas pasiones.
Pregunta para confirmar si, como tú crees, me he dedicado a la poesía.
Regodeo en tu entendimiento sobre mi vocación.
Deseos para que continúe siendo fiel a mis convicciones.
Y que sea muy dichoso.

Tres mil seiscientos cincuenta días después, vuelvo a recibir un correo firmado con tu nombre.
En mi microcosmos vital, habitan muy pocas personas que al ser evocadas puedan estremecerme las fibras más recónditas y sensibles.
Si me pienso con tu nombre, diez años es sólo un suspiro. 
O una eternidad.