La verdad es que me fascina mirar a las mujeres por la
calle.
Tú sabes que lo hago a la distancia y en silencio; a
hurtadillas. No dejo de ser un tímido guarecido en verbos como lingotes de
estepa.
Me encanta mirar sin ser mirado. Me cautiva mirar siendo
un elemento más del paisaje. Y me embelesa cuando, inesperadamente, soy yo el
que es descubierto por dos jaurías dilatadas, como me sucedió contigo.
Miro. Desatada, desaforada y depredadoramente. Con la
lengua ensalivada. Con el corazón cincelándome el pecho. Con el simiente espumeándome
el vientre. Como debe mirarse a una mujer: reconociendo el universo emulsificado
en una especie.
Sigo mirando a las mujeres para buscar aves en sus
ojos, frutas en sus labios, pulpas en sus pechos, senderos en sus caderas, temperaturas
en su caminar. Pero, desde hace casi un año, las miro para despertar.
Las miro y sigo encontrando augurios palpitando en el
horizonte, idilios sollozando en premuras, humedades retumbando en los labios. Decenas
de fragorosos, emocionantes y trémulos quizás. Tan susurrantes como vaporosos.
Entonces te vuelvo a ver.
Entonces nos vuelvo a ver.
Como soplo de anochecer vuelve a anegarme el polen acanelado
de tu cuello, el caudal aguamielado de tu saliva, el elocuente almidón de tu
silueta.
Vuelvo a sentir tus manos amasando mi virilidad, tu boca
jugueteando con la cresta de mi erguimiento, tu lengua rehumedeciendo afestinadamente
mis bordes henchidos, dentro del auto, en un rincón eclipsado de la ciudad.
Nuevamente me pica en la nariz tu pelo ensortijado
mientras te sujeto las caderas, te lamo el canal azucarado de tu espalda, y te
pongo una mano en la boca mientras nuestros balanceos hacen rechinar el sillón
de mi cubículo.
Otra vez me inunda el aluvión de desbocamientos que me
obligó a llevarte a esa sala en desuso, bajarme los pantaloncillos, romperte las
mallas y entrar fragorosamente en ti, mientras al lado había una clase de aerobics.
La vida es una insaciable búsqueda de encuentros
humanos. Los encuentros precisan de intimidad. La intimidad necesita de fantasías,
complicidades, transgresión, desbocamiento y comunicación; de dos seres que se
atrevan a hacerla realidad.
Por eso sigo mirando a las mujeres por la calle.
Para saciar la búsqueda.
Porque tú, Rebeca, eres real.