sábado, 24 de diciembre de 2011

VILLANCICO DEL ESPANTAPÁJAROS

El derredor obliga a adquirir una dicha en facilidades de pago.
Yo no tengo crédito.
Yo sólo estoy huérfano de constelaciones. De ese nombre que alfombra mi día de arcoíris.
Ella.

Mi segunda piel, mi segundo lenguaje, mi primera respiración. Mi único paraíso.

Yo y mi inquebrantable vicio de plasmar hálitos para abrigarle las entrañas.
De lanzar palomas en tormentas de arena.
De gorjear en medio del asfalto.
De echarme de más cuando la echo de menos.
Aunque nunca la haya tenido.

Miro.
Y en el fondo de mi mirada está la suya.
Cuando miro, la miro.

Ojos que no observan, labios que no besan, manos que no acarician. Todo yo, que se guarda para Ella.

La soledad es un cuarto oscuro donde revelo su rostro en mi pecho.

Extrañar.
Añorar.
Nostalgiar.
Evocar
tan exageradamente,
que duele lo que no ha sido
más que en mis letras.

Quien tuviera de su boca todos los besos que ya no le hacen falta.
Quien pudiera paladear las ninfas ocultas de su noche.
Quien pudiera sumergirse en su agua bendita para purificarse.
Quien tuviera el sortilegio para que las vidas paralelas confluyeran, por fin, en esta.
A su lado.
Y entonces, vivir ahora sí
una feliz Navidad.

martes, 20 de diciembre de 2011

XCIII

Le embelesaba beber una copa de vino mientras miraba su foto. Era a salud de Ella porque el vino era afrutado, fresco e intenso en honor a su cuerpo, su mirada y su recuerdo. Así la saboreaba a la distancia.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

FRAGMENTOS DE UNA NOVELA INCONCLUSA III

Ocurre que hay instantes insondables en los que un velo humeante se nos retira momentáneamente y nos descubre algo. Son resquicios milagrosos en los que una puerta se resquebraja y un pliegue de verdad se nos entreabre por dentro. Y entonces no volvemos a ser los mismos.

Esa noche especialmente semejaba una hoguera de hojarascas húmedas en un funeral de gardenias. La luna apenas se ovillaba en un rincón lúgubre. El viento graznaba lágrimas de vidrio.
Él sabía perfectamente que era una noche de duelos y penumbras pero se opuso incansablemente a declinar la infinita felicidad que le martillaba el pecho. A pesar de todo, inclusive de sí mismo, ampararse en ilusiones siempre había sido su vocación.

No dijo ninguna palabra al verla llegar.
Consciente era de que sólo el silencio corona los arcoíris.
Simplemente sonrío con los ojos y lloró con las manos.

La miró como si Ella fuese el primer vestigio de vida.
La abrazó como si Ella fuese el penúltimo ser de su especie.
La besó como si Ella fuese la única mujer del universo.
Y en ese preciso instante su velo le descubriría la certeza que lo acompañaría eternamente: “era Ella. Únicamente Ella”.

A la mañana siguiente, ya no estaría.
Y Él se dedicaría a volverla a encontrar.


martes, 6 de diciembre de 2011

CONOCER

Hola. Perdóname, no pretendo importunarte pero es que me ha sido inevitable no hundirme en esa mina de ámbar que es tu presencia.
No, no estoy huérfano de luz o ávido de destellos. Es tan sólo que no puedo ser indiferente ante la magnificencia.
La vida nos suele compensar con lujos para la vista.
Y tú, más que desagravio, pareces un milagro.

Pero por favor no te arredres. O, como dijo el poeta, “no alertes tus fusiles”. Sólo te hablo porque no te conozco.
Dije conocer, no nombrar, enumerar o describir.
Saber nombres, etiquetas o rasgos no es conocer. Acaso será caracterizar pero no conocer.
Conocer a alguien, sobre todo a una mujer, es desconocerse uno mismo.
Es caminar suavemente por un sendero de vapor para lanzarse al vacío.
Es bajarse de la tierra en penumbras para abordar la constelación más brillante.
Es tener la sangre a punto de ebullición pero aún así armarse de sonrisas.
Y esperar que el milagro florezca.

Sí, por eso te hablé.
Para conocerte.
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No, no siempre miro así. Debes creerme. Usualmente miro para andar, para recordar, para guarecerme. Pero ahora te estoy mirando de esta forma tan sólo para descifrarte.
Percibir el calor de tu respiración.
Intuir el sabor que burbujea debajo de tu lengua.
Vislumbrar el estremecimiento de tus muslos.
Imaginar la humedad que saciará mi sed.
Conocerte.

Florecer.
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El de almacenar porvenires con los ojos
El de fraguar complicidades con los silencios
El de subsanar ideales con las incongruencias.

El de rehacerme con diferencias.
El de consternarme con vuelcos.
El de desangrarme con vísperas.

Sí, elijo todos, no descarto ninguno.
Todos los caminos para conocerte.
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Sí, elijo todos.
Pero hay uno con el que te eternizaré. Aunque no lo quieras.
Es el de mi imaginación.

Ahí, donde estaremos despojados de relojes y calendarios, de premuras y compromisos, del resto del mundo.
Tú y yo.
A solas.
En silencio y a oscuras.

Donde suspiraré para que respires los anhelos que no me caben en el cuerpo.
Donde susurraré tu nombre para que oigas mi plegaria más furtiva.
Donde soñaré tu apariencia para que me despiertes a la realidad.

Te miraré con las manos.
Deslizaré mis dedos por tu cabello, por el contorno de tus brazos, por tu talle. Uniré los puntos azarosos de tu perfil. Deambularé por la elipse de tu cuello.
Tocaré un vals con las cuerdas de tu silueta

Y entonces degustaré el manjar de tus labios.

Los besaré. Los morderé. Los chuparé.
Me beberé el néctar que emana de tu boca como un caminante del desierto sorbe de su alcarraza.
Untaré la comisura de tu boca con mi lengua. Perseguiré la tuya, juguetearé con ella. Seré un colibrí.
Me embriagaré con tu saliva.

Ebrio de tu sabor, sabré que tu silueta está hecha a la medida de mis fantasías. Que tu cuerpo es arcilla dúctil para manos de escultor afanoso. Que tu piel es la página más profusa del mundo.
Escribiré en cada rincón, en cada poro, en cada palpitación.

Te desnudaré despacio.

Sentiré como se desabotona la ansiedad, como se caen los jirones de la incertidumbre, como se estremecen las campanas del tiempo.
Tu epidermis erizada invocará la eternidad.
Tus pezones erectos desafiarán la alegría.
Tu pubis palpitante abrigará el esplendor del universo.

Desnudos, los dos, recuperaremos el indicio original: nos fundiremos en un abrazo.
No, ya no serán jadeos, serán sinfonías.
Ya no serán besos, serán apogeos.
Ya no serán caricias, serán posesiones.
Floreceremos.

Navegaré por tu mar, aspiraré cada aroma de tu vergel, hurgaré en todos los capullos de tu jardín.
Acariciaré tus pechos con mi lengua, los lameré con mis dedos, los abrigaré con mi intimidad.
Me arremolinaré a tu vientre.
Me asiré de tu cintura.
Me vararé en tus caderas.

Sentirás la furia de mi tulipán acunarse entre tus piernas.
Tu llovizna me humedecerá.
Un arroyo de saliva me colmará la boca de ansías.

Te mordisquearé los muslos.
Sentiré entre mis dientes esa harina exquisita.
Será una alegría febril e insoportable.
Fastuosa.

Y arribaré al paraíso. A tu pequeña fruta sensible y suculenta.
Su aroma a jazmines me cosquilleará la nariz.
Sus pétalos rugosos me rozarán el desasosiego.
Sus gotas de jugo me desquiciarán.
Entonces la probaré.

Mi lengua húmeda abrirá apasionadamente sus filamentos.
Cada relamida degustará de tu néctar y te deshebrará paulatinamente.
Tu rocío saciará mi sed de ti.
Y yo te tocaré tu fibra más sensible.

Gemirás.
Implorarás que continué.
Sentiré tus uñas en mi espalda.
Tu fruto se estremecerá efusivamente.
Yo te beberé completita.

Te miraré tu rostro placenteramente relajado.
Te susurraré lo desquiciadamente ávido que estoy de ti.
Te abrazaré.
Y, deslizándome despacio por tu aromática ciénaga, entraré vehemente en ti.

No te penetraré. Te absorberé.
Te impregnaré.
Te colmaré.
Te asimilaré.
Me mezclaré contigo.
Te conoceré completamente.

Me enredaré en tus piernas de frente,
de lado,
de pie,
en una cama,
en un sofá,
en una ducha,
por la mañana,
por la tarde,
por la noche,
hasta que definitivamente redima los días que estuve sin ti.
Y amanezcas a mi lado.

Ven, ven a mí.
Cámbiame estas palabras por tus labios,
este teclado por tu cintura
y esta respiración por tu transpiración.

Déjame conocerte.