Hola. Perdóname, no pretendo importunarte pero es que me ha sido inevitable no hundirme en esa mina de ámbar que es tu presencia.
No, no estoy huérfano de luz o ávido de destellos. Es tan sólo que no puedo ser indiferente ante la magnificencia.
La vida nos suele compensar con lujos para la vista.
Y tú, más que desagravio, pareces un milagro.
Pero por favor no te arredres. O, como dijo el poeta, “no alertes tus fusiles”. Sólo te hablo porque no te conozco.
Dije conocer, no nombrar, enumerar o describir.
Saber nombres, etiquetas o rasgos no es conocer. Acaso será caracterizar pero no conocer.
Conocer a alguien, sobre todo a una mujer, es desconocerse uno mismo.
Es caminar suavemente por un sendero de vapor para lanzarse al vacío.
Es bajarse de la tierra en penumbras para abordar la constelación más brillante.
Es tener la sangre a punto de ebullición pero aún así armarse de sonrisas.
Y esperar que el milagro florezca.
Sí, por eso te hablé.
Para conocerte.
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No, no siempre miro así. Debes creerme. Usualmente miro para andar, para recordar, para guarecerme. Pero ahora te estoy mirando de esta forma tan sólo para descifrarte.
Percibir el calor de tu respiración.
Intuir el sabor que burbujea debajo de tu lengua.
Vislumbrar el estremecimiento de tus muslos.
Imaginar la humedad que saciará mi sed.
Conocerte.
Florecer.
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El de almacenar porvenires con los ojos
El de fraguar complicidades con los silencios
El de subsanar ideales con las incongruencias.
El de rehacerme con diferencias.
El de consternarme con vuelcos.
El de desangrarme con vísperas.
Sí, elijo todos, no descarto ninguno.
Todos los caminos para conocerte.
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Sí, elijo todos.
Pero hay uno con el que te eternizaré. Aunque no lo quieras.
Es el de mi imaginación.
Ahí, donde estaremos despojados de relojes y calendarios, de premuras y compromisos, del resto del mundo.
Tú y yo.
A solas.
En silencio y a oscuras.
Donde suspiraré para que respires los anhelos que no me caben en el cuerpo.
Donde susurraré tu nombre para que oigas mi plegaria más furtiva.
Donde soñaré tu apariencia para que me despiertes a la realidad.
Te miraré con las manos.
Deslizaré mis dedos por tu cabello, por el contorno de tus brazos, por tu talle. Uniré los puntos azarosos de tu perfil. Deambularé por la elipse de tu cuello.
Tocaré un vals con las cuerdas de tu silueta
Y entonces degustaré el manjar de tus labios.
Los besaré. Los morderé. Los chuparé.
Me beberé el néctar que emana de tu boca como un caminante del desierto sorbe de su alcarraza.
Untaré la comisura de tu boca con mi lengua. Perseguiré la tuya, juguetearé con ella. Seré un colibrí.
Me embriagaré con tu saliva.
Ebrio de tu sabor, sabré que tu silueta está hecha a la medida de mis fantasías. Que tu cuerpo es arcilla dúctil para manos de escultor afanoso. Que tu piel es la página más profusa del mundo.
Escribiré en cada rincón, en cada poro, en cada palpitación.
Te desnudaré despacio.
Sentiré como se desabotona la ansiedad, como se caen los jirones de la incertidumbre, como se estremecen las campanas del tiempo.
Tu epidermis erizada invocará la eternidad.
Tus pezones erectos desafiarán la alegría.
Tu pubis palpitante abrigará el esplendor del universo.
Desnudos, los dos, recuperaremos el indicio original: nos fundiremos en un abrazo.
No, ya no serán jadeos, serán sinfonías.
Ya no serán besos, serán apogeos.
Ya no serán caricias, serán posesiones.
Floreceremos.
Navegaré por tu mar, aspiraré cada aroma de tu vergel, hurgaré en todos los capullos de tu jardín.
Acariciaré tus pechos con mi lengua, los lameré con mis dedos, los abrigaré con mi intimidad.
Me arremolinaré a tu vientre.
Me asiré de tu cintura.
Me vararé en tus caderas.
Sentirás la furia de mi tulipán acunarse entre tus piernas.
Tu llovizna me humedecerá.
Un arroyo de saliva me colmará la boca de ansías.
Te mordisquearé los muslos.
Sentiré entre mis dientes esa harina exquisita.
Será una alegría febril e insoportable.
Fastuosa.
Y arribaré al paraíso. A tu pequeña fruta sensible y suculenta.
Su aroma a jazmines me cosquilleará la nariz.
Sus pétalos rugosos me rozarán el desasosiego.
Sus gotas de jugo me desquiciarán.
Entonces la probaré.
Mi lengua húmeda abrirá apasionadamente sus filamentos.
Cada relamida degustará de tu néctar y te deshebrará paulatinamente.
Tu rocío saciará mi sed de ti.
Y yo te tocaré tu fibra más sensible.
Gemirás.
Implorarás que continué.
Sentiré tus uñas en mi espalda.
Tu fruto se estremecerá efusivamente.
Yo te beberé completita.
Te miraré tu rostro placenteramente relajado.
Te susurraré lo desquiciadamente ávido que estoy de ti.
Te abrazaré.
Y, deslizándome despacio por tu aromática ciénaga, entraré vehemente en ti.
No te penetraré. Te absorberé.
Te impregnaré.
Te colmaré.
Te asimilaré.
Me mezclaré contigo.
Te conoceré completamente.
Me enredaré en tus piernas de frente,
de lado,
de pie,
en una cama,
en un sofá,
en una ducha,
por la mañana,
por la tarde,
por la noche,
hasta que definitivamente redima los días que estuve sin ti.
Y amanezcas a mi lado.
Ven, ven a mí.
Cámbiame estas palabras por tus labios,
este teclado por tu cintura
y esta respiración por tu transpiración.
Déjame conocerte.