viernes, 10 de junio de 2011

BAILAR PEGADOS

Los ojos de Ella se lo sugerían a gritos.
Él caminó hacia Ella sintiendo florecer lirios en su vientre.
Llegó.
Sonrió.
Y omitió palabras. Él sabía que hay ocasiones, momentos fragantes y enlunados, que todo lo que hay que decir debe decirse en silencio. Con el lenguaje de las palpitaciones.
La tomó del talle y entrelazó suavemente los dedos de su mano izquierda en los de la mano derecha de Ella.
Acercó su pelvis a las caderas de Ella con la misma delicadeza con la que la espuma del mar se condensa en la arena: sabiendo que ese es su destino.
Su pecho sintió el júbilo exuberante de los pechos erizados de Ella.
Se miraron con destellos azulados para preñar de suspiros sus pestañas.
Los labios se les empapaban de ansiedades.
Las manos les sudaban vísperas.
La piel estaba humedecida de su cercanía.
Y entonces, comenzaron a bailar.

No supieron de ritmo o compás. Sólo de armonía y comunión. De magia.
Tejieron olas en el aire.
Compusieron himnos con los pies.
Escribieron filosofías de estremecimiento.
Se respiraron,
Se cobijaron,
Se ahuyentaron del mundo.
Bailaron pegados.

Así, toda la noche,
hasta que Él cerró los ojos para dormir
sin soltar de sus manos la fotografía de Ella.

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