miércoles, 18 de enero de 2012

FRAGMENTOS DE UNA NOVELA INCONCLUSA IV

Guardó silencio.

A pesar del fragor que se le arremolinó en el vientre –o precisamente por eso- recurrió a la única plegaria que nos hila el alma con los primeros seres humanos: un poco más de tiempo.

¿Qué es lo que uno puede decir cuando ante sus ojos se entreabre ese cielo siempre anhelado pero que cuesta tanto presenciar sin creerlo irreal? Seguramente todo. O nada.

Lo único realmente cierto es que toda esa manada que le pastaba ferozmente en el pecho le anunciaba intempestivamente que en futuras noches Él volvería a ese preciso instante para no morirse de soledad. Porque tal vez eso sea precisamente vivir: coleccionar destellos para colmarse los parpados de estrellas antes de cerrar los ojos.
Recurrir de nuevo a esa rosa hallada poco antes de dar el último paso al precipicio.
Requerir otra vez de esa caricia recibida en medio de una dolorosa convalecencia.
Rememorar insistentemente un ceño abrumado de arcoíris desfallecientes, una mirada invadida con luciérnagas aturdidas y una boca indecisa de ser oasis o duna. Como lo que se hacinaba en el rostro de Ella mientras esperaba una respuesta.

Las manos de Él cantaban lloviznas mientras que las de Ella se sentían cerca del naufragio.
El silencio se había despedazado en pequeñas sinfonías de desazón.
La luna se había partido en astillas de cristal.
El tiempo simplemente se había detenido.

Ella, su amiga de dos años, con la que Él había llorado, hacía tan sólo un minuto que había dinamitado todas las certezas de Él con un “Te amo, hace tiempo que lo sé pero no me había atrevido a decírtelo”.

Una lágrima se asomó por la mirada de Ella.

Así que Él hizo lo único sensato que debe hacerse en esos casos.

Le susurró un “¿por qué tardaste tanto?”.
Y vertió sus esperas en los labios de Ella.

1 comentario:

kenyta de E dijo...

No entiendo porque no lo vivimos este amor sublime.