De perderme en una sombra y aparecer en un lecho.
De cerrar los oídos y silenciar los ojos.
De no dejar que está sensación de ahogo me cercene el deseo, me carcoma la ilusión y me entierre la sonrisa; me castre.
De volver a lo que era antes pero con la experiencia de ahora.
De coincidir sorpresiva pero decididamente con una mujer. Tal vez la que vi al mediodía, me miró a los ojos y me sonrió (¿acaso notó mi bulliciosa soledad?). Y no decirnos los nombres, ni los pasos dados, ni los permisos correspondientes. Pero estar separados de los demás por una cortina y tocarnos candorosamente para despojarnos de las incertidumbres. Ser y sentirnos en otra piel.
Titubear pero no cejar.
Acariciarnos con celo y esperanza. Ilusamente.
Besarnos. Dejar que nos escurra la saliva. Sentir la epidermis palpitar.
Y así. Con pasión y mesura. Con credulidad y sencillez. Con espontaneidad y bravura. Hurgarnos. Frotarnos. Restregarnos. Hasta hundirnos en los recovecos más gozosos. Encima, a un lado. Por abajo. De rodillas. Inclinado. Meciéndonos.
Y expulsar vehementemente esos torrentes exquisitos.
Sí, que ganas de no estar aquí.
De estar a solas con una mujer anónima.
1 comentario:
Cómo me gustaría haber sido "esa protagonista anónima" con la que desvarías. El anonimato tiene eso, nos permite "inventar" aquello que nunca será.
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