martes, 23 de diciembre de 2008

QUE GANAS

De perderme en una sombra y aparecer en un lecho.

De cerrar los oídos y silenciar los ojos.

De no dejar que está sensación de ahogo me cercene el deseo, me carcoma la ilusión y me entierre la sonrisa; me castre.

De volver a lo que era antes pero con la experiencia de ahora.

De coincidir sorpresiva pero decididamente con una mujer. Tal vez la que vi al mediodía, me miró a los ojos y me sonrió (¿acaso notó mi bulliciosa soledad?). Y no decirnos los nombres, ni los pasos dados, ni los permisos correspondientes. Pero estar separados de los demás por una cortina y tocarnos candorosamente para despojarnos de las incertidumbres. Ser y sentirnos en otra piel.

Titubear pero no cejar.

Acariciarnos con celo y esperanza. Ilusamente.

Besarnos. Dejar que nos escurra la saliva. Sentir la epidermis palpitar.

Y así. Con pasión y mesura. Con credulidad y sencillez. Con espontaneidad y bravura. Hurgarnos. Frotarnos. Restregarnos. Hasta hundirnos en los recovecos más gozosos. Encima, a un lado. Por abajo. De rodillas. Inclinado. Meciéndonos.

Y expulsar vehementemente esos torrentes exquisitos.

Sí, que ganas de no estar aquí.
De estar a solas con una mujer anónima.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cómo me gustaría haber sido "esa protagonista anónima" con la que desvarías. El anonimato tiene eso, nos permite "inventar" aquello que nunca será.