lunes, 13 de octubre de 2008

ELLA (II)

Ella volvió.

Apareció como aparecen los milagros: inesperadamente.
Como si el corazón me lo anunciara, levanté la mirada y la vi entrar. Reconocí ese andar certero, esa piel almendrada, esas caderas acompasadas, y un júbilo nervioso electrizó mi cuerpo.

Por supuesto, pasó a mi lado y apenas me miró. Pero se volvió a sentar enfrente de mi lugar.

Una sonrisa se me dibujó en el rostro.

Ahí estaba ella, otra vez. Y yo también.
Por eso, tuve que hacer un heroico acto de resistencia para no lanzarme hacia ella, restregar mi pecho en su espalda, abrigarle sus senos con mis brazos y susurrarle al oído un "bienvenida".
E inmediatamente después, sin darle tregua al descaro, llevar mis labios al lóbulo de su oreja, resbalarlos por el contorno de su nuca, dejarlos rozar su mejilla y depositarlos definitivamente en los suyos.
Mordisquear esa carne rosada.
Lamer sus hendiduras.
Y llevarme su lengua a mi boca como si de un caramelo se tratase.
Siempre, aspirando su respiración, para llenarme de ella en sus futuras ausencias.

Sí, con un beso húmedo, entregado, devoto, me hubiera bastado.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No es de extrañar que "ella" regrese... es seguro que la fuerza del deseo puede leerse en tu mirada; benditos los besos que se ansían con tanta fuerza, que atraviesan como dardos la distancia