martes, 28 de abril de 2015

MIRAR


La verdad es que me fascina mirar a las mujeres por la calle.
Tú sabes que lo hago a la distancia y en silencio; a hurtadillas. No dejo de ser un tímido guarecido en verbos como lingotes de estepa.
Me encanta mirar sin ser mirado. Me cautiva mirar siendo un elemento más del paisaje. Y me embelesa cuando, inesperadamente, soy yo el que es descubierto por dos jaurías dilatadas, como me sucedió contigo.
Miro. Desatada, desaforada y depredadoramente. Con la lengua ensalivada. Con el corazón cincelándome el pecho. Con el simiente espumeándome el vientre. Como debe mirarse a una mujer: reconociendo el universo emulsificado en una especie.
Sigo mirando a las mujeres para buscar aves en sus ojos, frutas en sus labios, pulpas en sus pechos, senderos en sus caderas, temperaturas en su caminar. Pero, desde hace casi un año, las miro para despertar.
Las miro y sigo encontrando augurios palpitando en el horizonte, idilios sollozando en premuras, humedades retumbando en los labios. Decenas de fragorosos, emocionantes y trémulos quizás. Tan susurrantes como vaporosos.
Entonces te vuelvo a ver.
Entonces nos vuelvo a ver.
Como soplo de anochecer vuelve a anegarme el polen acanelado de tu cuello, el caudal aguamielado de tu saliva, el elocuente almidón de tu silueta.
Vuelvo a sentir tus manos amasando mi virilidad, tu boca jugueteando con la cresta de mi erguimiento, tu lengua rehumedeciendo afestinadamente mis bordes henchidos, dentro del auto, en un rincón eclipsado de la ciudad.
Nuevamente me pica en la nariz tu pelo ensortijado mientras te sujeto las caderas, te lamo el canal azucarado de tu espalda, y te pongo una mano en la boca mientras nuestros balanceos hacen rechinar el sillón de mi cubículo.
Otra vez me inunda el aluvión de desbocamientos que me obligó a llevarte a esa sala en desuso, bajarme los pantaloncillos, romperte las mallas y entrar fragorosamente en ti, mientras al lado había una clase de aerobics.
La vida es una insaciable búsqueda de encuentros humanos. Los encuentros precisan de intimidad. La intimidad necesita de fantasías, complicidades, transgresión, desbocamiento y comunicación; de dos seres que se atrevan a hacerla realidad.
Por eso sigo mirando a las mujeres por la calle.
Para saciar la búsqueda.
Porque tú, Rebeca, eres real.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ya va a hacer un mes que releo sin hablarte, no porque no me enamores ... tan solo porque me gusta embelesarme una y otra vez, mirando a urtadillas, dejándote mirar con tus dulces ojos y tus carnosos labios y no huyas al sentirte descubierto y observado. Permanezcas así frente a mi permitiendome soñar que mi fantasía es real y estás.
Shy

Emilio dijo...

Tú nunca lees en anonimato. Tú tienes el don de la ubicuidad.
Porque puedo percibir tu cercanía. Puedo paladear tu ensimismamiento. Puedo desflorar tu mirada. Puedo enhebrar tus suspiros. Puedo sentir que estás y seguirás.
Gracias, edorada, por espolear la imaginación.
Besos.
E.