Dos párrafos.
Seis líneas.
Sesenta y cuatro palabras.
Satisfacción porque, a tu juicio, he honrado mis más profundas
pasiones.
Pregunta para confirmar si, como tú crees, me he
dedicado a la poesía.
Regodeo en tu entendimiento sobre mi vocación.
Deseos para que continúe siendo fiel a mis convicciones.
Y que sea muy dichoso.
Tres mil seiscientos cincuenta días después, vuelvo a
recibir un correo firmado con tu nombre.
En mi microcosmos vital, habitan muy pocas personas
que al ser evocadas puedan estremecerme las fibras más recónditas y sensibles.
Si me pienso con tu nombre, diez años es sólo un
suspiro.
O una eternidad.
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