miércoles, 10 de abril de 2013

NUEVA PRIMAVERA

Amanece. Miro el horizonte nórdico.

El manto celestial luce enhebrado de escarchas deslavadas.
Los abedules, aún ataviados de collares blancos, se desperezan apaciblemente.
Los resinosos agitan sus abrigos encanecidos con optimismo.
Montones de nieve, cada vez menores, cada vez precarios, se esparcen estoicamente a la orilla de los senderos como resguardando una época, como resistiéndose a fenecer, como esperando una nueva oportunidad.

Ya no hay cielos apesadumbrados ni paisajes grisáceos.
Ventiscas o nevadas.
Temperaturas gélidas ni oscuridad.

Hay cada vez más sol.
Hay cada vez más verdor.
Hay cada vez más vida.

En una hermosa metáfora del erotismo, la nieve comienza a evaporarse cuando es apenas acariciada por una ráfaga de luz.

Y la tierra comienza a murmurar en capullos.

El lupino amoratado emerge uncinado y trífido.
El lirio anacarado sonríe con hojas lanceoladas.
La flámula áurea renace tornasolada.
La pulsatila se asienta en su rizoma para sonreír con tépalos acárdenados.
La nemorosa se levanta de puntillas con sus estambres ambarinos.
La cimífuga recobra turgencia entonando corolas en apogeo.

Retoños envernados,
filamentos exuberantes,
tálamos almidonados.

Bulbos acanalados,
sépalos tersos,
pistilos palpitantes.

Flores apulpadas, cálidas, amieladas.
Como los labios, pechos y muslos de una Ella venidera.
Y yo, con mis manos listas
para rociarla de un mar de palabras.

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